Trece semillas


FRANCISCO JOTA-PÉREZ










Son todas aquellas fachadas que arrastro y todas las mentiras
que embellecen el instante figurado —te ato a mí,
cuello con tobillos, te alzo, te cierras en torno a mí,
el hilo se enreda en los muslos de esta tarea inútil.
Descansa la cabeza sobre esos muslos,

como el moverse dentro.

Dejo caer las trece semillas, pellizco  —tomo y luego doy
las mentiras que enlustran
bajo los rodillos grabados con líneas finas de aproximación a una verdad,
lo contrario a reseguir el camino iluminado, el dibujo por el que me muevo está en mi misma superficie.

Aparta de mi boca lo que no dijeron, la cápsula, la pupa, en la que aguarda la parálisis de los compuestos, de la unión general que es también esta unión concreta, hecha de terrones como el dulce asfaltado que no está permitido saborear más que el tiempo justo, la ruta prohibida sobre la que hemos erigido formas distintas de tragar, el consumo de lo que no detenta vida alguna.

Tomo y luego doy
la sobredimensión de la falta de algo que signifique
qué  
te pregunto —bajo el foco, el artificio, todo el fuego aquel que va a dar a la oscuridad
quién
te aviso —al abrigo de la ordenación aquella que manda, ruido motor, el medio.
Si la semejanza sin fondo, ingrávida y sin meta, viene tras de mí con la única excusa
 otorgada por encontrarnos en el mismo espacio público, tomo y luego doy el relevo de uso del disfraz que no puede tener propietario.

A lo no visto le basta con ser palpable para resultar un inverso, no invisible, cuando las estéticas derivadas de lo demás, esto, lo expuesto, aquello engarzado a la comisura del ojo que se encarga de descifrar los tensos colores y las deposiciones del balbuceo animal, nos rodea con voluntad de asedio —tócame aquí
sé.

El gordo silencio de una criatura arrodillada dentro, en un costado, se hincha, nace de mí, de una costilla izquierda que flota entre ambos al recostarnos uno contra el otro, se lamenta a susurros
que confundimos, susurros distorsionados
—voz de madera, voz bestial, voz debida al intercambio de mercancías, al acero contra el
 acero, voz de niños de la revolución de entender a través del tamiz totalizante de comunicaciones vendidas a una inmediatez de dulce y de hidrato de carbono y de maximizar la energía del ahora mismísimo de un impulso ciego de clichés de compraventa de formas de atrapar el pasado.

Dejo caer(me)
en ti al ser-estando
de que nos hemos dotado —¿sigue vigente
el significado de cuanto creímos tocar
en la guarida esquelética, donde los carbones
filtraban nuestras claridades al negro riguroso,
(nos) cambiaban por estas versiones adultas?

Sobre una medalla de siderita
        esperma                                     y
ácido de batería                              y
    una caída         un túnel         una boca
irrita la piel y quema la lengua                          y
Para apuntalar la capacidad de los psiquiatras para encarcelar a la gente, se inventó un trastorno mental conocido como vyalotekushchayaâ («esquizofrenia perezosa»). Los psiquiatras describían al enfermo como una persona aparentemente bastante normal la mayor parte del tiempo, pero que estallaría con un caso grave de «inflexibilidad de convicciones» o «agotamiento nervioso traído por su búsqueda de justicia», o «una tendencia a litigar», o «vanas ilusiones reformistas». El tratamiento implicaba inyecciones intravenosas de drogas psicotrópicas que se administraban de forma tan dolorosa que los pacientes perdían la consciencia.
Mis crías cuelgan de tu canto
    no              lo               ves
el cambio  llega                                    y
    es           no un dónde         sé firme
te necesito                     sino           un así

Tomo y luego doy
la permutabilidad de la sed por algo insignificante
cuándo  
te exijo —de rodillas, hincado en el pasadizo, todo el afuera aquel que no cabe en un hogar
por qué
te quiero —al amparo de una legislación enrevesada, grito burocrático, el gobierno.
Si los cuerpos encuentran la transformación en la compartición, tomo y luego doy el
camino hacia una hipotética médula de lo que idealmente nos está solicitando el hecho social.

Unos ojos vaciados te visten, ajenos a tus afectos, y reclaman tu atención constante, otra pieza, un juguete, una nota de un instrumento muy concreto, una cuchilla más en la frontera, un regreso a tiempos viejos y buenos, anteojeras nuevas y subvencionadas por un orden que es el orden único de un dueño siempre escondido, esquivo —déjalo ir
resiste.

Arráncame cada mañana los dolores pequeños que deja en mi espalda tu roce
—¿Qué son los otros, para nosotros, sino mierda con forma animal, los objetos de un
desprecio mayor, alcalinos, aquellos y aquellas que vagan? Sé, para mí, la completa y total dependencia en esta parodia de anclaje que diseminamos por el terruño quemado que flota entre ambos.

Lo                 siento
       lo                           feo  rebrota y
    claro                      y
paralizado                     tomo y luego doy y
El horror de la degradación que acarrea todo devenir vivo, suscita en ciertas mujeres frías o frustradas el horror por la vida misma, y quieren conservarse, así como otras conservan los muebles y los dulces; esa negativa obstinación las vuelve enemigas de su propia existencia y hostiles hacia los otros.
Me tienes entre tus dedos           rotos
    lo siento           la verdad            se ve
es horrible                    finge                         un poco más

Somos la linfa oscura de la firme viga, fluido de construcción, viscoso componente esencial para el cimiento —la estructura entera habla solo mediante resonancia y es que estamos compuestos de repetición, no es vida, es señal y es salud y es órgano y es cemento y es vidrio, alquitrán, grasa y hueso, palabra y palpitación provocada por nada.