Sub terra fugit


CHANTAL MAILLARD

 







Volver al origen, decimos. El agua original. La fuente o la placenta. Lo decimos con nostalgia. O, a veces, con anhelos de renovación o de vuelta atrás. Pero

¿Y si el agua original estuviese emponzoñada? ¿Y si lo hubiese estado desde el principio de los tiempos?

Porque en un principio no fue el canto de los ángeles ni la luz divina, no. En un principio fue el grito. Y el hambre.
 
El mismo soplo –y el mismo dolor– es el del nacer y el del morir. Entretanto, una agitación, un estremecimiento.

O tal vez no fuesen esos los inicios. O fue tan sólo el inicio de la diferencia. Tal vez las aguas anteriores fuesen aquellas a las que remontamos, sin voluntad y sin juicio, en un instante de ternura, ese flujo que conduce al núcleo. Antes de los dioses. Antes de la moral y la eternidad. Antes del olvido. ¿Cómo decir?


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Todo animal reconoce las sendas que abrieron sus antepasados. Travesías del aire, del agua, de la tierra. Sólo el humano las olvida. Por eso inventa, construye, edifica, emprende viajes de descubrimiento. No es un plus, sino una carencia lo que nos distingue de otra especie. La herida es una puerta cerrada sobre el antes. Por haber perdido el gran pasado queda atrapado, el animal humano, en su historia personal, dando vueltas sobre sí mismo como un perro tratando de alcanzar su cola. Corta inteligencia, aquella que no abarca otra experiencia que la propia. La razón es fruto del olvido; sus logros, la patética demostración de su extravío. No es de dioses esa luz que tanto apreciamos, es simple adaptación al desamparo.  


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Recuperar la palabra oblicua, la imagen subterfugio, la que sub terra fugit: la que corre o huye bajo tierra. Recorrer el subsuelo de lo humano como el agua de las cloacas, rizoma de savia corrompida que va, no obstante, buscando la salida al encuentro de las vías que conducen al océano. Esa palabra. Que no pretende otra cosa que volver al origen, antes del sentido, antes de todos los sentidos, antes de las diferencias y sus contiendas. Esa corriente. Ese correr cargado de detritus que al tiempo que avanza vuelve a filtrarse entre la roca anhelando las tierras que sostienen los prados, los bosques o la estepa.
 

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Underground. La portada de un disco (vinilo, 33 revoluciones, 1968) de Thelonius Monk tocando el piano, vestido de resistente, en un pajar convertido en escondite de un artificiero clandestino. Unas granadas de mano, un muñeco encadenado vestido con uniforme nazi, toda una instalación. La palabra se utilizaba entonces en referencia a las redes de resistencia. Durante la guerra de Vietnam había servido para designar a la organización que ayudaba a los objetores de conciencia a salir de las fronteras. En la década de los setenta fue utilizada por la generación beat y otros movimientos que se oponían a la cultura dominante. Underground. Cuando la fuerza de rebeldía alentaba en las cloacas. Cuando aún era posible ocultarse. Resistir.
 

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Recuperar la fuerza de inicio. Contra-venir. Hallar la fuerza del Contra, la palabra inversa, el gesto que contraviene. El germen de rebeldía.
    
Cada día, en cada instante o de una vez por todas. Decidir. Renovar la alianza: el sí a la vida. Conscientes de lo que la aceptación supone. Conscientes, también, de que podemos no hacerlo.

Renovar la alianza: existir. Alimentar la máquina. Tragar, defecar, procesar el cadáver.

O, rebelarse. Introducir la mínima desviación que haga temblar la armonía y vuelva a sumergir en el caos aquello que le pertenece.

Seguir viviendo no es la única opción.    
 








(Del libro La compasión difícil, de próxima aparición en Galaxia Gutenberg)