(Sin título)

CHANTAL MAILLARD










Hoy me encontré con un saltamontes verde. Sus alas como hojas tiernas, plegadas después del vuelo. Me acerqué. Se dejó coger. Hubo un movimiento en mi pecho, algo así como agua derramada. Le señalé la hierba. No la quiso. Subió por mi brazo, subió hasta posarse en mis labios. Yo, quieta como un árbol. A salvo el corazón, o como quiera llamarse aquello que se derrama. Luego se aposentó en el párpado: pequeñas grapas sus patas, cosiéndome la vista. Suave, amable ceguera del ojo. Por más que le indicara el camino de vuelta a tierra, no quería, el insecto, volver a ella. No sabría decir si de amor, por su parte, se trataba. Sin otro recurso, por la mía, tuve que hablarle, tuve que aprender a despedirme.


(de La mujer de pie)






Revoloteo de avispas sobre la hierba. Su desesperado afán en busca del frescor de las gotas de agua. El brillo de la luz en trazas húmedas que tus pies han dejado al pasar. Vas descalza. Y, de repente, la punción aguda en la planta del pie. No llegaste pisarla, no del todo, pero ella presintió la muerte, se defendió y salió volando en cuanto levantaste el pie. Seres pequeños con tan precario escudo.

Dolorida, presionando la carne alrededor de la picadura, te has sentado en el suelo. Las ves danzar, ansiosas, en círculos erráticos, quebrados, o posarse entre las piedras, el aguijón erguido, para libar un leve rastro de humedad en una brizna de hierba. Y, de repente, conmovida por el don que aquel ser pequeño te hizo de sí mismo, sientes nacer en ti hacia él, inesperadamente, un inmenso agradecimiento. Es su vida la que ha penetrado en tu carne. Y con más fuerza, con más orgullo del que hubiese podido tener cualquiera de tus congéneres. El aguijón atravesando tu piel fue el rotundo testimonio de tu pertenencia a este mundo, la consagración de la vida que no nace de ti, la humilde resurrección, la imposición de manos, la transmisión del flujo, el veneno de la vida: su acuciante necesidad. Y sí, entonces, agradeces ese dolor -que ya sientes disminuir- como la más tierna señal del milagro.



(de La compasión difícil)






Saltó el saltamontes
al corazón del huerto.
¡Cuánto infinito
en una hoja de lechuga!


(inédito)







VENCEJOS

Al pliegue de la llaga acuden
los vencejos.   

Les gusta el humedal de las heridas.  

Cuando se seca vuelvo
a abrirla con las uñas
y les canto bajito.       El hambre
carece de paciencia.


            (inédito)