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LAIA LÓPEZ MANRIQUE








Una voz mecánica entona:

ella es vieja. ella ha defecado en la cama. ella ha dejado que el fuego tiñera de negro el techo de la cocina.  no sirve, ya no sirve. ella ya no es, ha olvidado dónde estaban los medicamentos y las llaves, ha dejado que el loro picotease su cráneo desde la estrecha rendija de la jaula y  no nota la fluidez de la sangre en su cabeza, porque  no sabe que tuviera una cabeza, que la cabeza fuera suya, como una muñeca desarticulada de la que llovieran fonemas inarmónicos, ella es vieja,  ha defecado en la cama, no recuerda si lo que se metió en la boca tubular y a menudo hermética fue una cuchara o una espina de pescado o un pedazo de tortilla rugosa, ella lo pregunta o lo ignora porque no sabe que la boca fuera suya porque desconoce el sentido de la posesión, algo que una vez leyó en un volumen prestado de la Historia de un caballo escrita por Tolstoi, pero si alguien le preguntara quién es Tolstoi o qué es un caballo o qué entiende por contar una historia probablemente su mirada, o mirada a secas porque ya nada es suyo, se perdería. dicen que cuando las personas han extraviado de ese modo la noción de todo los ojos se dirigen a un pozo al que podríamos llamar subpensamiento y allí se enredan entre sí y beben de su propia savia bruta hasta aislarse. mi madre solía decir que una mujer en ese estado está "ida" pero una mujer en ese estado o más bien la mujer en este concreto estado también ha sido madre, se ha dejado arrollar por un crecimiento en las vísceras y seguramente en ese momento, en el parto, una detonación le hizo desatender lo que estaba haciendo fuera de sí llevada en el dolor y en la amputación y en el descuaje. la piel gramófona. la figurita de un haba hincada en el tortell de Reis, dice, esto había sido mi hijo. como sacudida por un calambre a veces sonríe con ternura lejana y reconoce la levedad de otros cuerpos que se acercan pero en cuanto al suyo. es un enjambre ruidoso que resiste, incordia y se humedece. cada gesto de la mano izquierda es el primero y quizás sea exactamente el gesto final y el labio se mece tembloroso y descolgado cuando habla, sin pasión sin nervadura, apenas avalancha convicta - en su otra lengua se dice "allau" (...)