Se dice ternura


MÓNICA CALDEIRO











Sangraba. Sangraba tarde y con espasmos uterinos. Sangraba las palabras de una niña hablaban de la extinción de los osos polares. Sangraba metalurgia y antenas eléctricas. Sangraba motores de avión y escritorios del revés y carritos de bebé desvencijados los prados. Sangraba curiosa y pacífica, en disección y estiramiento detallado del coágulo pegado / muslo. A ver hasta dónde alcanza. Su mirada era recta y fija porque Ella misma era ese coágulo y ese pegamento. Sangraba sin sobresalto, cantando la canción nocturna de los grillos cri-cri y sabiendo todo lo que tenía que sangrar pero sin intuir todo lo que iba a sangrar. Sangraba cuatro patas y berridos porque las personas que morían las decidía la naturaleza, y porque quienes vivían acababan por ser siempre los mismos. Sangraba cada anciano. Sangraba cada adolescente. Sangraba un huevo crudo, un dedal y ocho metros de intestino. Sangraba introduciéndose ambas manos por la vagina, extrayéndose feto imaginario [te adoro, criatura-NO, repugnante ser escurridizo sin lenguaje]. Sangraba el pelo grasiento, todo su vello corporal, el abdomen fofo, la mirada soñolienta, las bolsas de cristales en los ojos. Odiaba la religión, pero se regía por hasta dónde podría pinzarse la piel con espinas y quirúrgica seguridad. Fóllame calvario. Odiaba la religión, pero llevaba como adorno un clavo en el coxis. Y a la vez odiaba también los adornos porque qué y dónde es la belleza. Ella, por la que alguien habría muerto de palabra, estaba muerta. Ella estaba muerta. Muerta. Muerta. Punto cero. Muerta y apretaba un palo entre los dientes en rigor mortis. Todos los cristales rotos. Todos los cristales perseguían la sangre. Deslizándose certeros ágiles magnéticos hacia Ella. Querría tener más miedo, porque entonces tendría más audacia.

¿Es menos audacia más libertad?

Todos los cristales de la casa seguirían rotos. Ella no los cambiaría. Le gustaba verlos así, espectro de lo que eran. Por qué había llegado a este punto se decía. Por qué había llegado a desearlos tanto. Transparentes. Punzantes. Objeto asesino. Objeto de deseo. Por qué los había creado ELLA. Por qué habían sido objeto de su producción.

No por valentía, sino por contemplación y lectura del silencio. Los cristales buscaban un movimiento punzante. Era el modo de restablecer el equilibrio, de recuperar lo separado antes del cisma de sí. Si algo que está muerto puede estar a la vez vivo, ¿por qué no se puede intuir también el movimiento en el interior de la piedra? Con el reflejo como único destino, sin ser en sí mismo.

Como un holograma de palabras proyectadas, la voz oh universo de una es una misma y no es una a la vez. En todas las esquirlas un volumen de notas y dichos significados y sentidos. Corales. Abruptos. Nervio abierto en abertura a la reparación.

Ella se abre, tierna. Qué bello este rojo. Qué pegamento. Qué músculo. ¿El palmar? ¿El anterior? Los tendones que permiten el movimiento de la mano hacedora. El nervio que sostiene siempre el cimiento de esta sed de sí. Se bebe como si las palabras se hubieran comido. Hasta el hueso. No dejes nada. Ni un solo resto de carne. Debes roer todo. Son tantos los niños del mundo que pasan hambre.

Pensaba en ellos. En el siglo XIX también decían que había antropófagos en Oceanía.

Todo depende de la mirada.

¿Es una construcción cultural?                                                                                                                                                             Se dice ternura.