Sacrificio III. Oír el paisaje sordo

AIZHAN MAZHILIS









1. Adentrarse en la mirada de las vacas en los altos valles navarros.

2. Releer a Wittgenstein. "Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo." "La totalidad de los pensamientos verdaderos es una figura del mundo."

3. Palpar la desestructuración interior inducida por la conjunción de estos dos elementos aparentemente disímiles y, sin embargo, tan íntimamente ligados.

4. Repetir, con Heidegger: "El extrañamiento es una forma fundamental de ser-en-el-mundo". Cultivar el extrañamiento. Consentirlo. Ecualizarlo.

5. Buscar el entrañamiento. No hallarlo. No desesperar (recurrir, para ello, al segundo núcleo, el que desactiva la tentación del velo. Recurrir a ese núcleo: el arraigo).

6. Adivinar el entrañamiento en las trazas generadas por la intersección del alma exterior y el cuerpo interior. Detenerse en esa perplejidad, en los poros del mundo. A medio espasmo de lo real, caer al suelo, con la alegría de la deserción.

7. Emanciparse de la imperiosa unidad-identidad. Buscar la lengua del cachorro, las señales de combustión, los rescoldos. Para aliviar en ti, en los otros.

8. Evitar la detención en la matriz del daño. No evitar (se refuerza el tejido): deslizarse.

9. Atender al qué. Atender al cuándo.

Confiar.

10. Oír el paisaje sordo.