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Preámbulo a una escritura zombie

UXUE JUÁREZ

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sardinas, plástico, pan y delfines


>> esto equivale a dar nuestras producciones lingüísticas por muertas ::
una política de la lengua en conexión con la ciudadanía decimos ha de partir, necesariamente, del asilvestramiento de bocas y términos


–El asilvestramiento pasa también por decir asilvestramiento en lugar de una palabra más técnica. [...]

La poesía, no como tradición discursiva y retórica, sino como torsión máxima de la lengua, abre un camino en la cultura para el empoderamiento en el lenguaje y entrena en paciencia con la opacidad.

practicar la poesía conlleva la toma de conciencia de:

irregularidades, posibilidades, flores, incoherencias, capacidad de formulación de mundos.

La irreductibilidad del lenguaje señala la irreductibilidad del mundo.

Paula Pérez-Rodríguez




(preámbulo a una escritura zombie)


1. Cada una tiene una forma de contar. Una historia particular de ser.


Mi manera de contar comienza siempre con la duda; el balbuceo.

Con una ausencia de autoestima en el núcleo verbal. O quizás esté a la altura del hombro, que es donde percibo claramente todo lo relativo a la semántica. No lo sé con exactitud.

De entrada, nunca me siento capaz de hacer.

Y esto funciona de manera sistémica. Como si alguien, el Padre de los Escritores, hubiera instalado un microchip que se activa cada vez que empiezo a pulsar las teclas.


Cuando tal cosa ocurre, leo. Más que nada, por curiosidad y como resistencia.

Esta vez, he leído un artículo de Santiago Alba Rico1 que habla de Palinuro, Antígona y los cuerpos de los muertos que el Mediterráneo vomita una y otra vez, cuerpos insepultos que regresan a la costa incapaces de aceptar lo inaceptable, un texto de Paula Pérez-Rodríguez2 sobre la hostilidad de la regulación de la lengua española, y el poder estructurante de sus tradiciones discursivas en el que la lengua estándar es entendida como un enjaulamiento de nuestro lexicón, ojos, manos oídos y bocas que, a fin de cuentas, acaba convertida en una lengua muerta. He leído también dos textos, uno de Luz Pichel3 y otro de María Salgado4 hablando de Luz Pichel, que me han hecho encontrar la clave para la construcción de una escritura urgente y zombie. Pero esto lo explicaré después.



2. Cada una tiene una forma de contar. Una historia particular de ser. Esta es la mía.



Así, a primeras, mi trazo escrito introduce una lengua enferma. Aunque yo no sea muy consciente del cuerpo herido de esta lengua. A menudo nombra sólo lo que ve o siente a primera vista. Le cuesta entender y nombrar aquello que de verdad debemos nombrar.

En esos casos, para animarme, suelo hacer un test de esos que una encuentra en revistas como Mujer Hoy o Sea usted chic ahora que puede:



a) ¿posee su lengua la capacidad de asilvestrarse?

a veces, no siempre, a veces le cuesta.

b) ¿posee su escritura la capacidad de generar mundos?

sí, pero no nos relajemos todavía. Habría que pensar qué mundos. Qué deja dentro y fuera del marco. Es a lo que queda fuera donde debemos dirigir nuestra boca.

Y decir.

Contra una sociedad bulímica que engulle poder y establece sistemas, mi lengua debe pasar a la acción. Mi boca, los dedos con que escribo, el cuerpo que respira al escribir, todos ellos al unísono se encuentran en una caja rabiosa y epiléptica, inevitablemente enfurecida. Pero todavía debe aprender las diez formas para decir amapola5, porque, ¿cómo contar si no el conflicto del lobo y de la sed?

Hay que dar con una escritura zombie. Estamos en camino, pero aún no sabemos exactamente cómo levantar una pierna detrás de otra.



Todo el mundo sabe ya que George Steiner dijo un día que lo que no se nombra no existe.

Bien. Volvamos al marco y a lo que queda fuera de él:


Si lo que no se nombra no existe y lo que no existe no ocupa lugar, surge la necesidad de nombrar al menos aquello que existe pero que se quiere obviar. Escurrir el bulto, dicen algunos. Pero es más que eso: lo que, a ojos de los demás ya no existe, muere y se convierte en algo que va y viene, en algo no-vivo, en algo zombie si se quiere. Pero los fantasmas, los zombies, siempre regresan. De ahí la necesidad de inventar una escritura zombie para devolver al mundo lo que es del mundo, para restaurar el trocito de tierra donde alguien nació.


Lo zombie es la esencia propia de la escritura, porque es así como se devuelve a la vida, al texto, lo que estaba apagado, acallado o muerto. Lo liso y llano como un muerto. Aquello que nunca tuvo voz, aquellos a quienes nunca se permitió exclamar basta, dejadlo ya, y ahora yacen, por ejemplo, en un lecho de agua en un punto incierto del mundo.

La escritura zombie viene a hablarnos de los vivos, pero también de la necesidad de dejar hablar, de devolver la voz, a los muertos que duermen ahora con los peces.

Para ellos, este texto.

Así, la escritura será zombie o no será.



(nosotros, los zombies)


No siempre hemos sido nada, ni nadie. No siempre hemos sido muertos, fantasmas, zombies. La mutación comenzó con el fin de las civilizaciones. Entonces sólo había fauces. Tras la destrucción de la ciudad, nombramos sus ruinas con el fin de reconstruir lo que dijeron que era nuestro, que había sido nuestro. Este sutil cambio de tiempo verbal marcó la diferencia: ya-no-era-nuestro. Ni siquiera eran ruinas, porque la ruina necesita un nombre: R-U-I-N-A, un nombre del que partir para ser luego otra cosa. Pero no querían que fuera otra cosa. Prefirieron la nada. La ausencia. Había un vértigo en el lenguaje. Nadie puede nombrar algo si el lenguaje se ha roto. ¿Por qué pedazo empezar? No hallamos palabras para definir la película pegajosa que llenó nuestras bocas y se adueñó de cerebros, rodillas, ojos. Callamos. No había nada qué hacer. Y si lo había, no sabíamos cómo, ni en qué dirección, qué balbuceo escoger.


Las autoridades, tras parlamentar con (pongamos que) Venus y Neptuno, prometieron que alcanzaríamos otras tierras donde poder empezar de nuevo. Nos proporcionarían navegación segura a cambio de alguna ofrenda humana. Nos deshicimos de los niños y las mujeres, de los ancianos. Al fin y al cabo, las ruinas, la ausencia acabarían pronto con ellos y, al menos, así, unos pocos nos salvaríamos.


Las autoridades engañaron con sus falsas promesas a todo el mundo –a todo el mundo salvo a los animales, salvo a los árboles, las piedras, la luz y las cosas, claro. Durante la travesía nocturna, muchos de nosotros caímos al agua, empujados por la furia de las olas o por el miedo de algunos compañeros que temían que, debido al exceso de peso, la barca acabara hundiéndose.


Al principio, intentábamos mantenernos a flote. Agitábamos los brazos con desesperación, pero acabábamos exhaustos y nos dejábamos mecer por las mareas. Entonces, justo ahí, entre la tierra y la gula insaciable del mar, ese lejano conocimiento que hace abrir la boca y temblar a los seres vivos cuando se aproxima su muerte.


Ahora es imposible decir quiénes son los vivos y quiénes son los muertos. Impulsados por la fuerza de los océanos, nuestros cuerpos se apiñan en las costas de cualquier pueblecito pesquero, pero nadie recoge nuestros despojos, nuestros restos humanos, orgánicos o indumentarios y, los pescadores, hostigados por el peligro de perder una jornada laboral en un momento de crisis, nos devuelven a las aguas sin decir nada. Nos devuelven una y otra vez. Pero siempre regresamos. Los fantasmas, los zombies, siempre regresan. Sin descanso. ¿Qué podemos hacer si no frente a un régimen que produce cadáveres y una sociedad que los devuelve ininterrumpidamente al mar?


A veces, un visionario, alguien con una mano lo suficientemente delicada como para por fin tocar a los intocables, encuentra una manera de decir y sacudir a las autoridades:


Desde 1992 se ha repetido muchas veces en el Mediterráneo, ampliado y agravado, el mayor naufragio de Europa desde la segunda Guerra Mundial: el 3 de octubre de 2013, por ejemplo, frente a Lampedusa, murieron 336 inmigrantes, el 4 de abril de 2015 más de 700 a doscientas millas de las costas de Libia. Entre 1993 y 2013 se ahogaron 20.000 palinuros, con sus propios nombres, cruzando de África a Europa. Sólo en 2016 fueron 5.000. En 2017 fueron 3.000; y 400 en los dos primeros meses de 2018. ¿Cuántos más yacerán en olvidado abismo, en olvidadiza arena, sin nombre ni registro? Desde la Segunda Guerra Mundial nunca había habido en Europa tantos cadáveres insepultos. Esa es la respuesta que da nuestra sociedad, sí, al conflicto ancestral entre los vivos y los muertos. Y cabría preguntarse: la atracción fatal del género zombi en nuestros cines, ¿no será una expresión de culpabilidad xenófoba? ¿No revelará nuestro temor a que esos miles de muertos, expuestos a los depredadores marinos, indefensos e inciviles, salgan del agua y vengan a pedirnos cuentas? ¿Vengan a reclamarnos una polis?

Nuestros Polinices y Palinuros, asiáticos o africanos, mueren ahogados lejos de casa. Nuestras Antígonas, de todas las naciones, reclaman el derecho de los vivos y de los muertos a un cuerpo y  a una polis. Nuestros Creontes, europeos o aliados, impiden su salvamento o persiguen a los socorristas. Este conflicto entre vivos y muertos cubre en realidad todos los otros conflictos: entre cuidadores y descuidados, entre jóvenes bárbaros y griegos seniles, entre individuos aventureros y sociedades fosilizadas, entre el imperio de la ley universal y la servidumbre a los intereses y temores particulares. También –cómo no– el conflicto “histórico” entre pobres y ricos.

Desde la Segunda Guerra Mundial nunca había habido, no, tantos cadáveres insepultos en Europa. Ese es el estado del mundo. Ese es el estado de nuestra civilización. Los fantasmas siempre regresan.

Santiago Alba Rico (fragmento del artículo “Nuestra Antígona”)

Pero se trata de un instante. Después, la sacudida cesa y las palabras se hunden en el silencio abisal que nos precede, junto a sardinas, plástico y delfines.





(epílogo a una escritura zombie)



1. He hallado una manera particular de hacer que no es la mía.

Una manera de amasar la escritura como quien amasa una hogaza de pan. Hoy me he dado de bruces con la escritura aldeana de Luz Pichel; una escritura que trae la luz que se esconde tras el tronco de un albaricoquero.

Cada una tiene una forma de contar. Una historia particular de ser. Luz Pichel lo cuenta así: poemas para dar, que es como vive la poesía, dándose, no como otros, que construyen con la lengua un poder para ellos, adueñándose de lo que es común. A mí, esa lengua de ellos no me gusta. Si puedo –que no es sencillo- la evito. Pero ¿qué lengua me pido, entonces? ¿qué tira de lenguaje? ¿qué roto, qué trapo, qué pedazo de esparto? Éramos pequeñas cuando aprendimos a amasar lo que iba a ser el pan. Se pegaba la cosa-masa a los dedos, al brazo, saltaba un pedazo al mandil de cuadros de vichy que sujetaba provisionalmente el pelo. Luego iba fermentando, se soltaba6.

Escribir como quien hace pan, me digo. Miga a miga. Una sintaxis hecha a partir de migas. Un trozo de texto que se adhiere a las manos, a la lengua, y que se disuelve en pequeñas miguitas que conforman un todo fragmentario desde a partir del cual poder entender todas las partes implicadas. Y los ojos, con esa luz vibrante de quien observa el mundo con las mejillas manchadas de harina. Una lengua de corteza y miga, centeno y espelta, para hablar a los vivos de los muertos y para devolver a los muertos la orilla, una pequeña casita en la que depositar los pies una vez que cesó el naufragio.

2. En palabras de María Salgado, los textos de Pichel cortan de un tajo un sintagma nominal tan arraigado como crisis de refugiados para devolverle al concepto la heroicidad que subyace a esos caminantes cargados con la vida [que] buscan cascada [cuyos] cuerpos se retuercen/ pasan bajo los troncos/ los esquivan/ se alzan un cuerpo se reconoce en el esfuerzo de otro cuerpo.

Explica Salgado que su plan (el de Pichel) de desprogramación semántica consistiría en construir una descripción del mundo que no reproduzca, en ningún caso, a ningún nivel, el reparto de papeles producido por el orden social. Y pregunta al fin: ¿Cómo se construye un «yo» lírico no burgués? ¿Cabe la posibilidad de reescritura de una lírica (si no) popular (al menos) interferida por
el afuera?



No hay respuesta sencilla, pero inicio una búsqueda. Más bien, me uno a ella.

No se trata de escribir para una sociedad sorda y ciega. Hay que atacar los tópicos e intentar llegar hasta las tripas del mundo, escribir desde dentro hacia afuera y de afuera hacia adentro, como quien voltea la masa del pan y la golpea contra la mesa. Para desatar así el ansia de la bestia-escritura. El hambre del barro, del caminante,


la sed.


En el entreacto, amasamos.



1 http://ctxt.es/es/20180613/Firmas/20098/Antigona-mitos-conflictos-humanos-muertos-mediterraneo.htm

2 https://ia601506.us.archive.org/2/items/LENGUAJEo12017/paulaperezrodriguez_inestabilidadyagencialinguistica_LENGUAJEo1_crisis_2017.pdf

3 https://ia601506.us.archive.org/2/items/LENGUAJEo12017/luzpichel_seraldea_LENGUAJEo1_lengua_2017.pdf

4 https://ia601506.us.archive.org/2/items/LENGUAJEo12017/mariasalgado_hambretrabajobarro_LENGUAJEo1_crisis_2017.pdf

5 En palabras de Paula Pérez-Rodríguez: amapola, ampola, mapola, marapol, papaula, amabola, ababola... ummm... me faltan tres.


6 https://ia601506.us.archive.org/2/items/LENGUAJEo12017/luzpichel_seraldea_LENGUAJEo1_lengua_2017.pdf