Pequeño teorema de la fragmentación y el éxtasis

PASCAL QUIGNARD

Traducción: ANTONIO F. RODRÍGUEZ









A menudo arriesgo esta tesis temeraria: la fragmentación literal y la asociación libre están vinculadas. Hace falta lo fragmentario disperso azaroso si pretendemos pasar de una idea a otra en el vacío y arriesgar el sentido sin avergonzarnos. Si se dice que el paciente se ha curado desde que puede asociar libremente sin angustia, eso quiere decir que acepta en él la interrupción, el sin-sentido, el caos, el vacío, la fragmentación, el no saber, el sueño, el azar, sin sufrir en exceso, en el placer mismo, recuperado, un tanto aturdido, de errar de huella en huella.

En otras palabras, la discontinuidad lingüística y la salud mental son acaso inherentes.


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La puntuación desorienta el flujo lingüístico de la lengua hablada. No solo canaliza la pulsión sino que deriva el movimiento del oleaje. La lengua hablada avanza irreversiblemente de ante a post. Ahora bien, lo que se escribe se relee. Los biólogos afirman: la vida es diferenciada y esculpida por la muerte que la individualiza. La lengua hablada, una vez objetivada bajo la apariencia de signos escritos, descontextualizada del diálogo interhumano y del medio invisible del aliento, tras abandonar el aire atmosférico, una vez desdoblada y atomizada en los diferentes rasgos que las letras asocian entre sí, nítidamente singularizada por la grafía específica de cada carácter en el interior de la contingencia exhumada de cada lengua y de cada historia lingüística, es poco a poco reapropiada por quien la rompe en pedazos.

Ameisen dice: solo la eliminación retrocede, puntúa, tacha, libera.

El biólogo habla entonces como un psicoanalista que reacciona temblando, carraspeando, suspirando, ante la onda sonora que pasa.

Benveniste añade: la insonorización extraordinaria de la escritura des-destina a los hablantes. El antiguo destinatario físico del mundo oral no solo deviene el conjunto de los ausentes sino que se transforma en el conjunto universal de los muertos. La objetivación de la masa verbal en una superficie externa permite trocear el mundo imaginario infinitamente antiguo en otros tantos signos simbólicos que edifican una suerte de camposanto.

La muerte celular talla, desbasta, cincela las piernas, los brazos, los hombros, las manos, los dedos.

La inscripción literaria cincela el continuo, interrumpe la ola continua de la oralidad, secciona el magma enigmático del medio humano sonoro.


La invención de la escritura fue una verdadera apoptosis de la lengua hablada por los humanos.


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Yo escribo, corto, modifico, preciso, me acerco, me afirmo, tal es mi gozo.

Tachaduras o cortes, dicen los escritores.

Escansiones o castraciones, dicen los psicoanalistas.

Suicidios celulares, dicen los biólogos.

Apoptosis vegetales, dicen los naturalistas. Se trata siempre de la muerte creadora, es decir de la vida en recomposición incesante, es decir de la actividad febril y efervescente y peligrosa mediante la que la vida recurre apasionadamente a la muerte como si se tratara de un instrumento interno a sí misma.

La vida interpreta a la vida mediante la muerte.

Los genes de nuestro cuerpo son secuencias de letras que forman algo parecido a palabras. Abandono el ABC por el ADN. El ADN es como una frase larga. Abandono el ADN por el ARN, que es el traductor inclinado sobre su copia.

La cerradura de las potencialidades se descerraja en lo escrito.

Cada escritura es una cifra y, por ello, una llave que abre la morada al ladrón.


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Séneca escribe en Lucilio I, 142: Escribimos, fragmentamos el aliento en el que expira todo lo que somos. No solo desmenuzados nuestra vida, sino que modificamos el curso meditando los signos que las voluntades y los deseos emiten o extorsionan, contemplando las pasiones que obsesionan los días.

Diducimus vitam in partibus ac lancinamus.

Vida que deviene no solo más viva sino más lancinante.

Lo escrito, al olvidar el diálogo, olvida el destinatario.

Escribir sumerge el pensamiento en un infinito sin otredad.

Escribir recupera la exterioridad como expresión infinita, una trascendencia sin rostro, un viaje sin retorno, un éxtasis.