Para los días de viento


ENRIQUE FALCÓN










preservábamos en cada hombre todo un parque natural
abriéndose y cerrando
en el sueño primordial de cada planta
hojas que extendidas se retraen por las noches
al mínimo tacto de dios
que en las minúsculas roturas de las bolsas celulares
va lanzando inadvertidos clics en todas direcciones
avisos desde las raíces
en la escucha escondida del subsuelo
en el tiempo del reposo y del descanso
único anillo
que une la tierra con el sol
esa pauta emergente de estructuras redundantes
que a modo de enjambre cultiva
la amistad del viento
la comitiva de insectos
y en pleno vuelo perpetúa los envíos
inseguros de la vida
ortigas tejos y laurel en sus casas dobles
castaños y encinas en sus moradas únicas
el pacto de murciélagos y faros de liana
con su moneda de néctar
esa forma fiel que toma la primera
libación de la mañana y el azul con que tiñe
su pétalo el altramuz
ese
gesto imperativo
ciertamente generoso ese engaño
que la orquídea en su disfraz de hembra
llama para el acto del amor –la cópula
tardía que cubre la cabeza del amante
todavía más insaciable en las nuevas uniones
sobre falsas superficies deliciosamente pelosas
la cala negra que se vuelve
olor a fruta fermentada
prisión y cautiverio junto a senderos y arroyos
que en las horas de la noche
dulce cautiverio de amor de la cala negra
o del titánico aro gigante que en sus reclamos
de cadáver en lentísima descomposición
despliega el poderoso avance de la vida
el mismo poderoso terco avance
que en archivos de polen
cabalga sobre el ala bráctea de los tilos
la pulpa azucarada que los frutos
confían a las aves la semilla
transportada en los vientres de los osos
el reclamo rojizo que el cerezo
activa únicamente en el tiempo oportuno
para que la vida desgaje
su comienzo pulsátil
su estallido nuclear en el interior de las capillas
excavadas tiernamente
en los laberintos de cada hormiguero
el peligro mortal que supone un destiempo
un error de ingesta prematuro
la falta de respeto a las cadencias
con que la vida impuso sus ritmos
a la totalidad del mundo y las especies
lo que hicimos con la supuesta mejora del maíz
al extraer el clavo de especia
que ancestralmente invocaba gusanos
que cerca de las raíces devoraban parásitos y larvas
como la judía de lima en sus pactos cruentos
con los ácaros carnívoros
como la lenteja en sus pactos pacientes
con las bacterias simbiontes
esa conversación que en el subsuelo
empezó siendo química y ahora habla de dios
dios entregándose a sí mismo en nitrógeno y azúcares
dios entregándose a sí mismo en pactos micorrizos
dios entregándose a sí mismo en árboles y en hongos
dios donándose a sí mismo
en la tímida firmemente respetuosa amistad
de las copas de alerce
que deciden no tocarse
y en las que
sí se entrelazan
en innumerables abrazos aéreos
buscando una herida de luz
sobre la que puedan fatigosamente temblar
sabiamente cerrar en las horas centrales del día
madera y corteza
abriendo sus minúsculas compuertas oclusivas
hacia un cielo que exclama:
«Dígase que es bello este mundo aquí abajo
y en él ya no cabe ninguna traición».