Necrónicas

AZUMI TAIRAKA









El Alarido. En el año de la Hégira de 2527, se pone de moda crear dobles humanos zombis en una realidad simulada conocida como El Alarido. Gracias a los implantes neurales biocuánticos, los usuarios pueden conectarse a su antojo e interactuar con su doble muerto en el espacio virtual. Algunos intentan trabar una (infructuosa) amistad con su sosias putrefacto, otros se enfrentan a su gemelo zombi en una guerra egocida, y otros se abandonan al extraño placer de ser devorados por su otro yo (los xenopatólogos llamarán “necro-narcisismo” a esta bizarra desviación psicosexual). Muy pronto existe la posibilidad de descargar los avatares simulados e introducirlos primero en androides y luego en cuerpos biológicos cultivados en vainas reproductoras. Empieza a ser habitual ver a estudiantes acudiendo a clase con su doble zombi encadenado, a oficinistas que atan a sillas a sus podridas simulaciones encarnadas, a egonovios en avanzado estado de descomposición cenando con sus originales vivos en lujosos restaurantes veganos. También existe la posibilidad de crear un duplicado de la mente humana y transferirla a El Alarido, mientras el cuerpo físico de origen queda en animación suspendida o (esto resulta evidentemente más caro) es transformado en zombi mediante injertos de una neurotoxina necromorfa. El bucle se cierra cuando la mente vuelve a ser descargada desde el espacio virtual para habitar otro cuerpo biológico artificial: el usuario puede entonces interactuar lúdicamente con su antiguo cuerpo original, ahora zombificado. También existe la posibilidad de experimentar lo que se llama “muerte lúcida” o “zombi ilustrado”: descargar la propia mente no en un cuerpo nuevo sino en el propio cuerpo previamente transformado en zombi. La psiquiatría thanática se encargará de patologizar y medicalizar la amplísima red de trastornos surgidos a partir de esta última tendencia. En esta nueva generación de mentes vivas en cuerpos muertos surgen poetas libérrimos, filósofos que refutan el dualismo cartesiano y postulan un continuo vida-muerte indiferenciado, artistas refinadísimos que trabajan la materia de su cadáver en instalaciones de arte mesiánico…







El discreto encanto de la monarquía. En la lejana y decadentísima Hizpanya, con su demente monarquía hereditaria y su inmoderado amor a la Caspa como Categoría Definitoria de lo Humano y Otras Esencias Preternaturales, el discurso de Navidad del rey en 2531 supone una verdadera innovación en este tipo de actos obsoletos y premeditadamente anestésicos: en lugar de la testa coronada el discurso es pronunciado por el doble zombi regio con una dicción casi perfecta (algo no muy meritorio habida cuenta del gangoseo ininteligible de la momia borbónica). Esta obra maestra de la Necropolítica no tiene ninguna repercusión a nivel sociológico: el 98,6 por ciento de la audiencia no advierte diferencia alguna respecto al discurso del año anterior. Claro que habría que preguntarse qué porcentaje del público es zombi.






Paleo-Ontología. Como los zombis perciben el Amnios Sombra (la corriente atemporal no estructurada según el principio de causalidad teleológica, no sometida a la idea de Origen de los monoteísmos semíticos), la cosmología y la física teórica empiezan a estar dominadas por científicos muertos. Pronto realizan asombrosos descubrimientos en los aceleradores de última generación. Las necropartículas pueden infectar los procesos cuánticos que estructuran la conciencia humana y son susceptibles de corromper la trama del lenguaje, descomponiéndolo en unidades asignificativas en una suerte de glosolalia thanática de consecuencias imprevisibles una vez desatado el contagio. La materia oscura del universo podría estar formada por estas partículas zombi, que devoran vastas regiones de espacio-tiempo e imponen su propia temporalidad crepuscular, su principio de podredumbre acausal, incluso una Matemática Necromorfa que separa esas zonas del universo de nuestra propia región, gobernada por la Ontología del Ser y la Metafísica de la Presencia y por una vida siempre balbuciente en las desoladas extensiones cósmicas. No es descartable que las necropartículas se hayan incrustado en nuestra realidad formando una realidad subyacente, desdoblada en necropensamiento y necromateria, donde el simulacro aspira a la condición de Ente Pandémico y la especulación (en sentido etimológico) es tan feroz como en la anhelada era de los presocráticos.






Nana. Los dos niños pequeños caminan cogidos de la mano. Uno está vivo y otro está muerto. El vivo se llama René. El muerto se llama Tortuga. Sus padres descargaron un doble zombi de su hijo para que este tuviera un compañero de juegos. Como no tienen nada mejor que hacer, los niños se cantan canciones uno al otro.

Canta René:


drume nino podrido drume

drume lindo que mañana es tarde
y manducarás el brusco sol y la honda piedra
y el mundo te dará pulpa de miedo y temblor de acequia
drume muertito que cae la noche loba
mira que ronda el nino santo de susto

Canta Tortuga:

drume nino vivito drume
vivo te crees y eres huesitos que cantan
las estrellas deliran de fuego y baba
y tu corasón es la fruta que roen los lentos
drume nino vivito drume
que yo soy el nino santo y sueño






Posdata:

Según revela la correspondencia inédita que intercambiaron a lo largo del verano de 1976 (y a la que hemos tenido acceso en primicia mundial), Ingmar Bergman y Andrei Tarkovski planeaban rodar juntos una película de zombis. El cineasta ruso apostaba por unos muertos vivientes más contemplativos y “trascendentales”, relativamente silenciosos y que actuaran como notas aisladas en una sinfonía visual que coreografiara el “pathos indolente del rebaño humano”; el sueco prefería algo más descarnado y psicológico: al habitual catálogo de vísceras se sumaría la depredación de una “mente muerta comunal” que hibridaría lo numinoso, lo visionario-chamánico, con una pulsión física extremadamente virulenta (el modelo a seguir, insinúa, podría ser El Horla de Maupassant o el invisible depredador surgido del inconsciente profundo en la película Planeta prohibido, clásico de la ciencia ficción de los años cincuenta). El film buscaría un equilibrio amniótico entre eros y thánatos, entre Pasión y Descuartizamiento. Se conservan algunos bosquejos del guión incipiente y el conjunto de cartas donde ambos autores perfilan tanto aspectos argumentales como de puesta en escena. Esta frase de Bergman resulta reveladora: “Creo que dándole unas cuantas vueltas encontraremos la forma de unir brutalidad y misticismo en un único continuo estético”. Tarkovski pensaba en una estructura transonírica “en capas geológicas entreveradas, impuras, donde vida y muerte se confundieran al igual que los sueños y la vigilia en las experiencias más puramente daimónicas”. El propio Bergman se reservó un pequeño papel como Oráculo de los Muertos.
Por desgracia, fue imposible conseguir financiación.