Museo de Praga. Varsovia.


ÁLEX CHICO










Dos cuerpos inclinados hacia atrás.
Rodillas flexionadas.
Él, descalzo,
ladea el pie y lo separa del suelo.
Tiene los ojos cerrados y el torso desnudo.
Aprieta los labios.
Ella, con falda larga y gorro,
se concentra en un punto lejano.
Juntan las manos e improvisan un baile.
Apoyada en una barandilla de madera,
una chica joven se gira y les observa.
Les mira, también con desconfianza,
un hombre que pasea justo a su lado.
 
Me conmueve su forma de estar en otra parte.
Más allá de la ribera y de los bañistas.
Más allá del puente que une,
todavía de una pieza,
los extremos de la ciudad.
Son, en ese instante,
dos personas que han conquistado
un pequeño intervalo.
Un perfecto momento de eternidad.
Me conmueve su habilidad para borrar
la vida alrededor.
Su capacidad para estar solos.
Uno a uno.
Aunque permanezcan con las manos juntas
y necesiten otro cuerpo.
Aunque sepan que para evadirse
es necesario, en ocasiones, estar acompañado.
 
Quedarán para siempre así fijados.
En la fotografía de un museo
oculto en una fábrica.
Quedarán sus caras
y su forma de habitar el tiempo.
 
Como el río, también ellos,
detenidos, avanzan.