Mi carne es una herida y puede hablar

LOLA NIETO ALARCÓN









Chantal Maillard saborea el mal. A bocados lentos. Para guardar el gusto en la lengua y recordarlo. Tiene el daño de las palabras en la comisura negra de los labios. Convertidas en conceptos, creemos en las palabras después de haberlas creado. El invento nos atrapa.

Hoy, el dolor que sufrimos proviene de los conceptos que no eliminamos cuando son inservibles. De los significados que no derribamos para subvertirlos y sustituirlos por otros que nos convengan a todos, la mayoría. El poder, la opresión, la injusticia y el fanatismo. Las leyes que nos dejan sin casa, sin trabajo, sin derecho a sanidad y sin escuelas están sostenidas por palabras a las que les hemos dado un sentido. Ahora, el sentido otorgado puede desotorgarse y en su lugar proponer otro. El dolor nace en los conceptos y salta, después, a la carne. Si nos dejamos.

La escritura de Chantal Maillard es un gesto rabiosamente político. Deshacer los conceptos, detectar sus trampas, para liberarnos de ellos y así construir un mundo –un universo lingüístico– cambiante y performativo que atienda a las transformaciones que queramos y necesitemos. En la furia deconstructiva de Maillard asoman dos voces: Jacques Derrida y la diosa Kālī.

La voluntad de Kālī, diosa oscura de la cosmogonía hindú, quizá se pueda entender como una fuerza precursora de lo que siglos más tarde, en la época de la posmodernidad occidental, Derrida llama deconstrucción. Conozco los peligros de incurrir en un anacronismo y por eso, más que una identificación sin resquicios, propongo comparar ambos discursos –uno mitológico, otro analítico– desde el sesgo de sus concepciones epistémicas para desentrañar las convergencias que en la escritura de Maillard surgen. Esta comparativa me perece pertinente, incluso necesaria, porque la actitud deconstructiva de Chantal Maillard está impregnada de la hermeneusis que destellan los atributos de la diosa guerrera.

Aún diría más: Chantal Maillard entiende la figura de Kālī como metáfora de su quehacer escriturario y de ahí que su ímpetu de desprogramación metódica se deba, más que a un simple apego derridiano, a un ejercicio de empatía con la diosa de la India. La deconstrucción maillardiana es un préstamo adoptado y adaptado de la tradición hindú y puesto en diálogo con los planteamientos de Derrida. O más precisamente: Maillard llega a los preceptos de la posmodernidad mediante efecto de rodeo y empape de ciertas enseñanzas de la sabiduría antigua.

Kālī aparece directa o indirectamente en casi todos los libros de la autora. Su figura, más que una referencia culta encajada, es un ritmo incorporado. Especialmente en Husos e Hilos, la palabra poemática de Chantal Maillard es la coreografía escrita de la danza terrible de la diosa: la escritura, al tiempo que se escribe, se desescribe, como Kālī destruye el mundo a la vez que construye el gesto de la destrucción. Este fragmento de Diarios indios me parece uno de los más lúcidos que Maillard le ha dedicado a la divinidad hindú:

"¡Qué difícil asumir la función de Kālī! ¡Qué pocos son capaces de ello! Kālī, la que he construido a partir de sus símbolos tradicionales. Mi Kālī… ¿La he construido? Realmente no. Mi Kālī es Kālī, uno de sus niveles, uno de los más abstractos tal vez, aquel en que lo epistemológico se identifica con lo ontológico, el conocimiento con el ser. Todo ser es ser conocido. Ser y conocimiento no se diferencian. Ser y pensar… Nada es primero. Ambos son la misma energía. Una energía que construye, que no puede no construir. Incluso cuando destruye. Construye la idea de destrucción y destruye. Luego destruye la idea de destrucción.
Ahora, el círculo se cierra sobre el pensar que se piensa a sí mismo. Que se piensa como pensamiento, como fugacidad. El pensar se anula en el pensamiento de la fugacidad o la inconsistencia del pensar. Todo castillo –un castillo es un edificio mental en el que se ha llegado a habitar (es decir, creer)– es destruido con el instrumento que sirve para construir.
¿Quién comprenderá mi Kālī? ¿Quién podrá soportarla? ¿Quién será capaz de asomarse a su abismo y salir indemne?
Nadie sale indemne de tal abismo. Ni yo misma. ¿Con qué derecho les presento a otros esa boca abierta, ese caos, con qué derecho les incito a ese sacrificio? Todo acto sagrado –todo “sacrificio”– es una devolución simbólica, es decir, parcial, a la totalidad, del uno informe al origen o caos inicial. ¿Con qué derecho puedo exigirles a otros tal cosa? ¿Quién puede seguir existiendo después de ver la nada?"









En el Devi-Māhātmya, un texto que pertenece al Mārkaņdeya Purāņa, uno de los dieciocho Mahapurāņas o escrituras religiosas, es donde probablemente la diosa Kālī aparece mencionada por primera vez. Cuando los dioses perdieron la guerra contra los demonios (los asūras), cuenta el Devi-Māhātmya que, angustiados por devolver el equilibrio al universo, congregaron la fuerza de sus alientos para hacer surgir a Durga. Ésta, en mitad del combate, emanó de los pliegues fruncidos de su frente el cuerpo de Kālī, que se convirtió en la diosa de la oscuridad y en la energía de la desaparición. Kālī, “la feroz, la rugiente, quien envuelta en una piel de tigre y armada con la espada, atraviesa los cielos y engulle los ejércitos” (Maillard, Contra el arte y otras imposturas), destruyó el mundo (un mundo), contrajo a su unidad original la dispersión de las formas ilusorias (māyā) y dispuso el vacío necesario para crear de nuevo, otra vez, otro mundo. No en vano, Kālī es la diosa negra, ya que “como dice el Mahāņirvāna Tantra, tal como los colores desaparecen en lo negro, así todos los nombres y formas desaparecen en ella” (Maillard, Contra el arte y otras imposturas).


El ejercicio hermenéutico que Maillard propone recuperar para los procesos de la conciencia, la gran hacedora de mundos (mentales), es precisamente el que llevó a Kālī a eliminar el mundo en desequilibrio. En la cita anterior creo que se encuentra la bisagra que permite establecer un puente entre la mirada cósmica que encarna la diosa hindú y la deconstrucción derridiana, porque en él la acción de Kālī se aplica a los recovecos de la mente y, en consecuencia, a los del lenguaje. Destruir –o deconstruir– un mundo es entonces deshacer los conceptos que lo han apuntalado detectando sus fallos lógicos, así pues, es desmontar desde su interior el mismo pensamiento que sirvió para levantarlo. Es en este sentido que la fuerza de Kālī, su descreimiento en las imágenes y los simulacros que conforman la realidad, esto es, su conciencia de las ficciones, se puede considerar una contrapartida mitológica de los discursos lógico-analíticos que prosperaron, en Occidente, tras el impulso del empirismo anglosajón, a partir de Wittgenstein.

Kālī no aboga por una destrucción absoluta y definitiva sino por eliminar un mundo que ha quedado desajustado tras una guerra, es decir, inservible en sus parámetros cognitivos. Bajo la perspectiva cíclica del tiempo en la tradición india, se entiende que a esta destrucción le sucederán otras, como otras le precedieron. En el gesto tántrico de la diosa se trasluce el ceño auto-reflexivo que el pensamiento posmoderno llevó a cabo cuando dio en llamar –con Lyotard– meta-relatos a aquellos discursos que convertidos en creencias habían sostenido los sistemas filosóficos hasta entonces. No por ello dejaron de ser válidos, pero sí perdieron su privilegio de verdad. De este modo hay que entender las creaciones mundanas de la divinidad india: desde el sesgo de la verosimilitud y la funcionalidad de las obras de arte.









¿Qué le ha quedado a la filosofía tras el desmantelamiento de la metafísica platónica? Los mundos de Kālī. Este fragmento de Filosofía en los días críticos es, de alguna manera, un manual de instrucciones que Maillard, siguiendo la estela fulgurante de la diosa, propone en esta nueva encrucijada:


"Descreer. Descreer. Eliminar el lastre de todas las creencias. Ése es el umbral del vacío, la puerta que conduce al interior que es centro y superficie.
No os convenceré. No es un combate la enseñanza. Han venido a combatir, pero he aquí que el enemigo les dice: “No creáis nada de lo que os he dicho, no creáis lo que os cuento.” Ésta es la primera lección de filosofía; también será la última. Entre la primera y la última enseñaré lo que otros han pensado y han creído. Nadie puede entrar en el reino de la filosofía si no es sabiendo esta lección, la primera y la última. Ya no. Nunca más. Hemos creído demasiado. Hemos matado demasiado. Es hora de hacer limpieza. Que la nada espera a ser probada.
Y luego, desde la nada, todo. Todo ha de ser construido, por gusto o por utilidad, ya nunca más por creencia."

Construir ahora sigue siendo posible –Wittgenstein acabó por concluir que se podía hablar de cualquier cosa, pero sabiendo que ninguna cosa escapa a la lógica que la dice. Construir ahora sigue siendo posible y necesario para vivir aunque, como apunta Maillard, ya no hay valor ontológico que conceder a ninguna explicación que nos hagamos. Kālī comprendió esto y se sirvió de una de las posibles herramientas para lograrlo: la mirada deconstructiva. Kālī comprendió a Derrida en aquello de que deshacer es hacer a conciencia, es saber que ya no hay fuera sino dentro, que el afuera está contenido en el dentro y que el dentro es una extensión de diferencias sin centro. Los mundos que la diosa destruye y construye quizá puedan interpretarse como signos diferidos, textos que se transforman en otros textos, huellas de huellas: lenguaje.

¿Significa esto que Kālī es posmoderna?, ¿que Derrida es hinduista? Ni una cosa ni otra y las dos a la vez. En la figura de Kālī, Maillard entiende que se aglutina otro saber que desde las vanguardias se introdujo en el pensamiento occidental y que participó en el diseño de los cauces estéticos y científicos por los que transitó el siglo XX (y parece que también por los que se desliza el XXI). ¿Cuánto de Nāgārjuna, pensador budista del siglo II o III, hay en la lógica de Wittgenstein? ¿Cuánto de los métodos azarosos del I Ching se asimila en las composiciones dodecafónicas de Cage o en la física cuántica de Max Planck? ¿Qué duda cabe de que el rizoma de Deleuze, hoy santo y seña de la estirpe posmoderna, acusa rasgos comunes con los sistemas holísticos de la tradición hinduista? Incluso cabría preguntarse: ¿qué incidencias estéticas tuvieron estas redes de transfusiones en los artistas orientales contemporáneos? ¿Acudieron acaso a las raíces de su propia tradición o, incurriendo en una increíble vuelta de tuerca, adoptaron rasgos de su propia cultura tradicional mediante la interpretación que de ésta hicieron las vanguardias europeas? ¿Cuánto orientalismo tamizado por el ángulo vanguardista occidental hay en las obras de artistas como Zao Wu-Ki o Cai-Guo-Qiang?

Desarrollar las líneas que dibujan estos mapas de trasvases me llevaría, por su intrincada complejidad, por derroteros alejados del tema que aquí me ocupa. Tan sólo pretendo mostrar, sin entrar en la precisión de los matices, que el pensamiento posmoderno, siguiendo una actitud ya iniciada en la época de las vanguardias, ha crecido amalgamando a sus ovillos hilos de otras madejas para poder seguir produciendo discurso. Por eso, aunque Derrida jamás tuviera noticia del mito de Kālī –dato que desconozco–, su trabajo deconstructivo se produce en un contexto intelectual de apertura hacia esas otras enseñanzas que ofrece Oriente y, en general, las regiones políticamente ninguneadas por el etnocentrismo europeo. Así, aunque Derrida no conociera los poderes mitológicos de Kālī, Kālī vierte subrepticiamente su furia hermenéutica en la crítica deconstructiva de Derrida. Ahora bien, es imprescindible remarcar esto: subrepticiamente. Porque los préstamos orientalizados que se puedan detectar en la obra derridiana surgen siempre desde la reducción o síntesis que sobre ellos impuso la tradición europea que los abdujo. Este aspecto es el que diferencia la actitud de Maillard de la del filósofo, porque la escritora sí acude al origen de las tradiciones orientales y rescata de primera mano, aunque apropiándoselas de manera muy particular y heterodoxa, las influencias que articulan sus trabajos. Aunque Derrida y Maillard, desde sus respectivos ámbitos, canalizan y expanden un pensamiento ritmado en varios de sus ejes –de ahí que ciertos rasgos de Husos y también de Hilos se puedan entender desde la perspectiva derridiana– el camino recorrido se bifurca: Derrida destila sus ideas, para adherirse o para subvertirlas, de las corrientes filosóficas en boga (fenomenología, existencialismo, positivismo lógico, estructuralismo…) y lo que de oriental haya en ellas es lo que estas escuelas ya habían incluido en sus haberes. Maillard amalgama: por un lado, este mismo poso filosófico; por otro, un regreso desnudo a la sabiduría antigua como textura de imbricaciones posmodernas. Esta característica particulariza la escritura de Maillard con respecto a las modulaciones más frecuentes del pensamiento contemporáneo, en general, y de las corrientes poéticas y literarias españolas actuales, en particular.









Que la autora recupere la figura de la diosa Kālī en forma de signo de la deconstrucción comporta, además, otras desviaciones interesantes. Supone una feminización del gesto deconstructivo y al mismo tiempo desplaza la génesis discursiva de éste al seno de un pensamiento mito-poético. La deconstrucción de Chantal Maillard es poética y femenina. Como lo es la metáfora de la araña, principio y fin del universo en las Upanishads. Y es que Kālī teje y desteje mundos como la araña sus telas –para la subsistencia– o, incluso podríamos decir, como el observador ve surgir y desaparecer los estados mentales en los diarios de la autora –¿para la subsistencia también? Sí, porque inventar al observador es una estrategia para, habiendo tocado los límites de la razón, sobrevivir (subsistir) pese a ello y con ello. En la obra de Maillard, estos núcleos son vectores de una misma configuración estética y epistemológica y, por eso, plantean un idéntico quiebro lógico. Preguntarse: ¿hay alguna diferencia entre los mundos de Kālī y la acción de crearlos?, ¿no será acaso la diosa una figura externa que aglutina y explica los mundos que modela?, equivale a: “¿cuál es el huso del observador?” (Maillard, Husos). En definitiva: ¿hasta qué punto la caída de los meta-relatos no es un nuevo meta-relato? A lo que Derrida contestaría:


"Lo que se escribe como différance será así el movimiento de juego que “produce” […] estas diferencias, estos efectos de diferencia. Esto no quiere decir que la différance que produce las diferencias esté antes que ellas en un presente simple en sí mismo inmodificado, in-diferente. La différance es el “origen” no-pleno, no-simple, el origen estructurado y diferente (de diferir) de las diferencias. El nombre de “origen”, pues, ya no le conviene."

Las instancias –o estancias– de Kālī y del observador son orígenes diferidos de los mundos y los pensamientos que surgen y se diluyen en el entramado, por tanto, orígenes alojados dentro del propio sistema y confeccionados por éste. Maillard aclara:

"Si es cierto que, como decía Deleuze, “el más cerrado de los sistemas tiene aún un hilo que sube hacia lo virtual y de donde desciende la araña”, lo que importa es no perder de vista el hilo y entender que lo virtual no es ninguna realidad primordial o empírea, no; sólo es aquello, llámese lugar o estado de libertad, donde el instinto de ficción puede seguir tejiendo."

Tragarnos el mal a bocados lentos. Seguir escupiendo ficciones y saberlo, palabras y saberlo. Otras y saberlo.