Meditación daimónica en el Hypnoespacio K


ANTONIO F. RODRÍGUEZ










(Aire denso. Poblado. Residual.

Luego, aberturas. Lentas. Goteantes. Goteantes.

Geometría-esfínter.

Coagulan algunas formas. Perfiles abruptos reblandecen su masa amorfa.

Vemos una mesa rectangular. Varias figuras sentadas alrededor. Inmóviles. Sus ojos confluyen en un punto. El equinoccio de la mesa.

Fuera, cantan las cigarras. Si es que hay tal cosa como un afuera más allá de la negrura gutural, la membrana sin espesor.

Sempiternas, las cigarras cantan.

De pronto, las figuras se animan.)


Jacques Derrida (bostezando): Como os decía, la sutura te fuerza a arrodillarte ante el fetiche. Ni siquiera está cosido. Sólo prendido a la tela. Con un alfiler sísmico. Ésa es la «operación».

Chantal Maillard (se despereza): Sismonastia lo llaman. Intratropismo. Hasta la petrificación celular.

Simone Weil (trenza las manos, espasmódicas): De igual modo nosotros debemos morir para liberar la energía afectada y adquirir una energía libre susceptible de amoldarse a la verdadera filiación de las cosas.

Chantal Maillard: Pero ¿cuándo nos decías, Jacques? ¿Os habéis dado cuenta? ¿Cuándo ha existido un «cuándo»? En el continuo no parece haber cortes, ni sedimentos. Sólo espasmos.

(Largo silencio. Las cigarras cantan.)

Jacques Derrida (asiente y carraspea): Es verdad que carecemos de horizonte para desplazar estos supuestos, pero siempre se puede radicalizar el concepto de interpretación, de perspectiva, de evaluación, de diferencia. Algo que podamos neutralizar. Estratégicamente.

Chantal Maillard (enconada, feliz): ¿La neutralidad del concepto? Una falacia. Neutro, el concepto es un síntoma.

(En el borde de la mesa aparece la huella de unos dientes. Muerden. Luego dejan de morder. La huella se desvanece.)

Jacques Derrida: También sería interesante deconstruir la sintomatología que nos ha arrojado hasta aquí. Las rutinas eran en código abierto. O así lo parecía hasta la configuración del fetiche.

Chantal Maillard: Es como habitar un tejido larval, la exacerbación paródica de la ataraxia. (De pronto pensativa.) Ahora recuerdo que nuestras voces eran incomprensibles. Sonaban como un crujido de arenisca, como el entrechocar de nueces en la boca. La crisálida seguía su curso, mientras tanto.

(En la periferia de la visión se insinúa la sombra de megalitos, promontorios, ferocidades.)

Jacques Derrida (sonriendo): En uno de los ciclos un herrero ultramundano separó los huesos de mi carne, hirvió la carne durante siete años y amasó la materia, me revistió de piel y anhelo, introdujo ojos implorantes en las cuencas, me concedió la piedad y un precioso átomo de misterio.

Chantal Maillard: A mí me devoró un oso y me tuvo en su tripa durante 1600 años. Luego me vomitó y recompuso mi esqueleto, me recubrió de carne y me dejó sin piel, para que aprendiera la compasión feroz de los desollados. Cada vez que despertamos añado un verso a la nana que le estoy escribiendo al oso.

Simone Weil (envarada): ¿Iniciación chamánica o reprogramación de la interfaz sonora? ¿Duele tanto el agua conjetural?

Jacques Derrida: Quizá podamos resolver este enigma si dominamos la versión más heterodoxa de la Teoría de la Anomalía.

(Asienten. Prolongan el silencio. La ligadura del silencio.)

Simone Weil: El mayor sufrimiento todavía se halla a una distancia infinita del cuasi infierno. El que deja raíces subsistiendo. Por eso estamos en tránsito. En alguna inexplicable mediación amniótica.

Jacques Derrida: Es posible. (Larga pausa.) Además hay algo que me llama la atención (frunce el ceño). Y es que recuerdo que no quedaban animales. Ni un solo animal. Y eso me hizo preguntarme por ella, la apenas sombra, la que coagula apenas, arrastrando su vértice como un hambre en flor.

Chantal Maillard: Medraron redes epidémicas teriomorfas, corrompidas por tecnologías del éxtasis… (Se mesa el cabello, furiosa) ¿Cómo pensáis que los animales podrían sobrevivir a todo eso? El animal es puro éxtasis, pero sin techné. La propia techné, o la theoria, aniquilan al animal, destruyen el éxtasis.

Simone Weil (extrañada): ¿Eso pertenece a la gravedad o a la gracia?

Jacques Derrida: No lo sé. Era el retrato de un mundo después de la animalidad, después de una especie de holocausto, un mundo cuya animalidad habría desaparecido. ¿Qué mundo sería ese? ¿Y cómo viviría ella?

Chantal Maillard (lenta, arrítmica): Despoblada. Enferma de des-población. En honda tristeza mortal. Desasida, desasistida de pueblo. Despoblada.

Simone Weil: Como un muñón. Como el pulular de los insectos. La vida sin forma. El único apego es sobrevivir.

(Silencio empozado. Luego, cantan las cigarras. Un tenue calor irradia, lentamente, de la oscuridad matricial.)

La voz de Raúl Zurita (desde lejos, muy lejos): ¡Somos hijos de la Muerte y del Poema!

Jacques Derrida: ¿Y eso? Me ha parecido oír un remoto silbo gomero.

Simone Weil: Es un profeta. Y como todo profeta, su pensamiento es un mecanismo de tortura activado por el roce con Realidad. La voz flota sin consuelo cuando las realidades colapsan en la hiperficie.

Chantal Maillard: Yo diría que es un animal herido. Un búfalo negrísimo, acosado por jaurías. En su voz late la lepra de la compasión, lo único que no le ha sido arrebatado.

La voz de Raúl Zurita (deshuesada, desapareciendo): ¡Sólo la Belleza combate el Horror!

Jacques Derrida (cabizbajo): Ya veo…

(Transcurren segundos como eones; cerca, estatuas del futuro parecen materializarse para acto seguido disolverse en un temblor de libélulas.)

Jacques Derrida: Me pregunto por qué sólo nos han desconectado las funciones periféricas. Podemos sentir aún. Yo siento miedo y algo cálido, al fondo. Hiperestesia o eco de abejas. No sé qué parte del loto está sumergida. Dónde me corroe.

Chantal Maillard (didáctica): La mente misma es el miedo. Las funciones «superiores» colonizan el cerebro reptiliano y extraen de él destellos de mesianismo fosilizado, el agua necrosada de la paleo-realidad. Llaman inspiración a esa forma de endoparasitismo.

(Lentos vértices no euclidianos coagulan en sonidos animales. Sonidos ahora devorados por el canto de las cigarras.)

Jacques Derrida: Creo que la mente alimenta el exoesqueleto. La maquinaria está al otro lado. En un transtiempo paralelo. Las ondas son tundras virtuales, recreadas en este continuo.

Chantal Maillard: Así debe de ser. Nunca me pareció tan cierto que la razón es el núcleo de un complejo sistema defensivo. Pero al descoyuntarla, puede servir de alimento.

Simone Weil (exasperada): ¿A quién?

Chantal Maillard: No hay quién. Tan solo membranas, espacios que se abren en los intersticios. El proceso digestivo es lento. Por eso nos han dejado la trama del lenguaje. Supura mejor.

(Las cigarras enmudecen. Persiste una latencia. Cicatriz-sonido.)

Jacques Derrida (tose largamente): Disculpadme... Estoy un poco aturdido... No conozco otra separación del mundo, o que pueda ser conmensurable con ésta, análoga, comparable a ella, que dé a pensar, no obstante, cualquier otra separación, y ante todo la separación que separa del otro totalmente. Ese corpus que se deshizo del velo. Sobre todo si varias lenguas pueden cruzarse en él.

(El silencio gotea en cuantos espasmódicos. Linfático, anega el espacio.)

Jacques Derrida: Como parece que el continuo no va a ser hendido por algún corte aparente, propongo aprovechar el tejido y hablar de nuestras propias membranas, fracturas o desplazamientos. Algo puede desconcertarnos aún. Algo puede concertarse en otro lado, para compensar. Y al menos las cigarras, cuando regresen, no lograrán enloquecernos (sonríe).

Simone Weil (tensa): Yo estoy sopesando el coeficiente de redención de este mundo y la densidad espiritual de la mesa. Cada átomo de maldad en la materia de nuestras palabras. También la posibilidad de incorporarme y que me sea arrebatado este hilo de conciencia: mi pobreza, carnal y mía. Empezad vosotros. Yo bailo luego.

Jacques Derrida (de pronto, serio): Como sabéis, mi natural incontinencia verbal tiende a desbordar todas las estructuras. Y como me siento, por así decirlo, vulnerable, des-matriushkizado, presa de un vértigo niño, prefiero que empiece Chantal.

Chantal Maillard (con un mohín travieso): Vale. ¿Por dónde empiezo?

Jacques Derrida: Por donde gustes. La última vez que te escuché me florecieron sinapsis entre los dedos.

Chantal Maillard: Empiezo pues... (Larga pausa expectante. Se incorpora. Traza un mudra grácil en el aire.) Todas las cosas conspiran para desaparecer. Des-aparecer es el objetivo. El mundo es la historia de la visibilidad -el mundo que fue contado por los antiguos griegos-: apariciones y des-apariciones o la continuidad bajo la vida y la muerte. (Pícara, les guiña el ojo.) ¿Voy bien así?

Simone Weil (exaltada): ¡Oh, mon Dieu!

Jacques Derrida (esbozando una sonrisa de terror): ¡Esto va a ser REALMENTE divertido!


(Largo silencio.

Nos alejamos de las figuras, pronto difuminadas por oscuras capas fluctuantes.

Cantan las cigarras.

Ahora, junto a su canto. No las vemos. Nos confundimos con las notas altas, continuas, vibrantes. Penetramos en la carne sonora.

Somos el canto de las cigarras.

Trepanador.

Viviente.

Viviente).