Larvas


JUAN CARLOS MESTRE









había copos de puré de patata había palabras despiertas por dinero había barrenderos hermosos hasta las lágrimas había ropa lavada en el tendedero había una pierna injertada un codo del padre bajo los helechos dentro del abrigo había acero rostros tristes en las cafeterías había huesos en la pasividad de los huecos había mentira sobre las palmas sangre en busca de un cuerpo había gente en la velocidad y el triángulo había indistintas formas de engendrar idénticas hechuras al nacer había miel cebollas resina para los violines había conversaciones de pura boquilla columnas de colores primarios había cláusulas para la usura había gracia y desgracia había colmenas hueras equivalencias sin ningún derecho a la equivalencia toda la tierra que necesitases

había corrupción y premura había parábola la rúbrica del tarot santiamén babilonia había lo siento es muy poco diez centavos de peras una pizca de sulfato entre las harinas de asiria había aguas hidrópicas un hombre-almacén triste como un zapatero puños como sepulturas había lágrimas a la temperatura de una piedra isósceles había tiempo en los corales del veterinario címbalos en los anzuelos verdes del pescador había gula y huellas de dáctilos médico pálido árbitro había suelos dulces cápsulas personas con lenguas en forma de saco pared con pared había un ataúd compartido un domicilio para los búhos el amarillo de la omnisciencia

había destello olor musical la capacidad parasitaria de una bobina eléctrica conectada a un ecónomo había una abacería de legumbres secas una circunferencia invadida por la barba había aurículas cremalleras honradas en la sincronización del guarismo había una estatua abrazada a un ciego un caballo saciado de cascarilla había arena caliente mis ojos de algodón envejeciendo de la peor manera había perfección y contacto dominio sobre los ausentes había restos de pizza reactancia inductiva había ojo ebrio de ojo había lo zodiacal disecado
 
había látigos de cuero y bosón de higgs fragmentos de río la verdadera misericordia había una jaula con la forma de dios el esencial timador lo accesorio al mercurio un desaborido mármol de carrara lo ácido había escabeche en los yesos que huelen a ángel había un precio para el verano y en proporción inversa había espejos para el silencio había nada lo último que me queda un pincel una flor blanca ¿qué podemos hacer? preguntan los novios se aman recogen arándanos limpian el establo cascan almendrucos con la cabeza había beleño raposo para la flor de la muerte

había un hotel barato entre el marfil y el tungsteno había quipá cayado de las profecías había lo más parecido a otra cosa la anestesia el antídoto había bienes leche en el pico de las manzanas había periódicos viejos tintura de yodo astucia en las tarlatanas había un sumiso vinagre de otoño escupiendo a las brasas había falsos nidos de mozzarella utensilios irreconciliables topos bajo el centeno había algo se sabe crema agria para los soldados del segundo cuerpo tachuelas para el calzado había un hombrecito absurdo sería absurdo no serlo calentándose los pies con plegarias había pertenencias que no son de este mundo la tristeza ilegal un incipiente dolor a la altura del pecho