La Marianne o hacia una cartografía de los eventos (Vol. II)


ROBERT BACA









A las víctimas de la caída del Faucett en Arequipa, Perú, 1996.


1996. El metal aún chimenea su hedor a llanta quemada desde los terrales arequipensis, Marianne. ¿Alguna vez la desesperación ante la noticia de la muerte ha salido de tu boca como un hijo incinerado en las faldas de un poema? De este Boeing siete-tres-siete, Madame, solo quedó la onda sonora de una ballena levantando su polvo galáctico antes de despedirse en partículas hacia las orillas de los sueños. 1996. Y ante el silencio en los Conos de la noche, el impacto de esta carne aeronáutica,
abrupta,  
se dispersó entre el polvo como perlas iluminando el ombligo del Chachani. 1996. ¿Y qué hacer ahora con el sonido del agüero que se va enquistando desde la punta de una cola en la cordillera hacia los corazones plásticos desta sierpe que es el mundo, Marianne? Lima, la matriz de la poeta. ¿Des-parir la casa donde habitaron los hijos como esas aves de los cementerios europeos y hacer de su sangre que ya no deja lugar para nada ni nadie1, un cuerpo que se eleve hacia la ruta del Halley hasta volverlo un material celeste?, o ¿dejarlo quizás que se incinere
allá
en la memoria como el registro poético de una cinta que va imprimiendo una sobre otra, y una sobre otra, y una sobre otra, las voces destos esqueletos que ya no los habitan? 1996. José Manuel jamás subió a un vuelo comercial, Marianne. Para él la pérdida del fluido milenario —compactadas ya en los huesos—  no fue más que una vela derretida una vez al año en el oscuro rincón de las habitaciones. ¿Reconocer, entonces, la transición de los cuerpos como un huayno que moviliza marca y trayectoria de unos gusanos serigrafiando la vieja corteza de un molle? José Manuel devoró calladito su lengua ante la muerte de un primogénito, sus arrugas se ataban a la luz negra de todas las amanecidas concentradas en el nudo de su corbata. Así, mientras las ceras de las velas iban enchapando en las superficies de los ladrillos la llegada del chúcaro arribo del verano, los insectos de la melaza fueron atrofiando esta mnemotecnia hasta que algunos recuerdos se borraban junto a las cintas que reprodujeran todo carnaval en los sillares. Pero no, la poética dicta abrir una zanja para delinear mejor los contornos del miedo a lo evidente, levantar una muralla china con el odio que vio incendiar otra vez este prado/este prado de fuego abandonado que es la espera de quienes jamás llegarán a esta casa vacía y su perímetro de infinitos rieles adentrándose en el cuerpo lácteo de la noche.



1
Los poemas en cursiva pertenecen al poema “Casa de cuervos” de Blanca Varela.






De Cartografía de lo invisible, inédito.