La infancia de Hechizo


CARLOS BUENO VERA










Tu llanto no es infantil, Hechizo, sino esencial.

Tu llanto, que recorre los pasillos del pecho, que agita las ramas de los árboles, ilumina tu boca. Es la sugerencia, inmaculada, del secreto. Alcanza los huecos, se hunde en ellos como una mano en el barro.

Preguntas ahí sobre lo violento: aprendiste que el orden del mundo era callado y quieto y que era tu fuerza, Hechizo, lo que movía y despertaba al mundo de su aspecto aletargado.

Entonces escuchas a lo lejos a la vieja contar historias: Si te acercas, verás que no es nada. El viejo también cuenta historias junto a ella: De cerca, no es nada.

Y sigue la vieja, cuenta historias: Los brazos son las ramas. El viejo: Las manos son las ramas. Los dedos son las hojas. Piensas en cortar las ramas de los árboles, en desbrozarlas. Pero no puedes todavía.

La vieja y el viejo cuentan: La oscuridad del pasillo, la altura de las escaleras.