Hueso


LOLA NIETO









I  I

El narval carece de aleta en el dorso. Se alimenta de peces y cangrejos que obtiene del abismo, al que accede por buceo de treinta minutos cada vez. Después del cachalote, el zifio o el potro de nácar es el mamífero acuático que se sumerge a mayor profundidad. Con una caja torácica elástica y dúctil, soporta altas presiones mascando mioglobina: la proteína embriagada del aire. Así es como puede cobijar hasta setenta litros de oxígeno en los pulmones, y mecerlo y no soltarlo. En condiciones de hipoxia, el narval deriva eritrocitos y leucocitos a órganos vitales, porque ensangrentando intestino y riñones resiste más. En su pulpa predomina un conjunto de fibras rezagadas, el músculo carmín de parsimonia, coordinante del flujo propulsor para hacerlo altamente resistente a la fatiga. El narval habita las proximidades del hielo aunque migra a bahías y fiordos en verano. Tiene un colmillo largo y retorcido, un asta helicoidal, que mide dos metros y gravita diez kilos. Este diente protruye a través del maxilar izquierdo y la piel del rostro, especializándose en la auscultación. La capa externa es de cemento dental; la capa interna, de dentina; en el centro, se halla la cavidad masal con buena irrigación sanguínea e inervación. Si se rompe, la dentina crece de nuevo y nunca muere. El narval puede perder su dentadura pero jamás el sobresaliente afilado. Este apéndice es un sensor hidrodinámico detector de cualquier sonido a miles de kilómetros. Recoge en sus túbulos el ruido que viaja. Es un oído y la conexión con el espacio.

I  I

Mi cabeza observa el desplazamiento de mi cuerpo. La separación es la entrada a la otra especie. Para ni existir ni no existir. Luego contaré la hebra expandida a partir del sufrimiento. Ahora sólo albergo un clavo que se alarga en la red de huesos. Desde ahí tritura y masca, deriva el elixir al exterior. Se trata de alimentar. Alimentar significa prestar atención. Una entrega apretada en la energía que contempla desde la evocación hacia el delirio de todo lo que podré amamantar. En un intermedio, estoy aquí, guareciendo el cubo global que esta afirmación concluye. No deduzco y remedio.

Huelo mi carne desde las ranuras que la despedazan. Asistir al desmembramiento genera una coyuntura ni de pavor ni de remanso: un canto de chasquidos en la cúpula de venas rosas y enfrascadas del licor cálido. De esta ceremonia, todo se adhiere: hacia un lado y otro. Esto es una experiencia concreta. Un contacto exacto con las meditaciones, el extrañamiento y la sedimentación en la espátula de un cuerpo al perlado campo que registra las manutenciones de señales y contextos. No es una fractura con la vida.

A veces, en un sentido figurativo. Otras acude una lámina que posee bodega y lados. Quiero decir que es difícil decidir cuándo se trata de aparición (efigie, fingere y ex, echar afuera algo que no es cierto) o de una trayectoria simplemente suspendida, en letargo e incuria (de koisa y rotacismo: sonorizar fuerte una s hace brotar la r suave, por eso flor no es flos y gero da gesto). ¿De qué cuerpo hablamos entonces? Más aún: ¿en qué posición se encuentra el mando que atribuye lo cierto, lo probable o lo irreductible, lo sagaz, rastro de olfato? En el servicio de la distancia yace ni lo verídico ni lo falso, tan sólo trama por trama. Esta acanaladura abriga el solapamiento de emisaria y destinataria. Si destrozo mi cuerpo, si destrozo el mundo y sus evidencias en mi círculo de conocimiento es tan sólo con un propósito: desatiendo el dolor.

En el primer día, tomó la forma del aro de oro. En el segundo día, tomó la forma de la saliva elástica en la boca abierta y cerrada. En el tercer día, tomó la propagación. No es ninguna de las tres. Son tréyes, trímos, tísres, tríns. Entiendo la presencia en otra latitud: ni hago ni hice ni hecho. No se trata de estancias. Comete un alejamiento de los cordeles de raíz y tesón. Como amuleto de suelta, de injerta la imaginación como herramienta.

Indetermina la distancia entre etimología y mito.

Cuando dos cauces –el eco y la técnica– se interceptan aparece una desviación. Las intermitencias de los sonidos no se alienan. No hay archivo de palpitación. Abren círculo, rueda, en: una esfera estalla, momentánea. El conocimiento no opera ni por vínculo ni nota ni hueso pero en la resurrección sólo lo concreto del desmembramiento puede disolver la obstinada perspectiva literalista del concepto etimología. Si hay, incorpórala. Si no: hay. Desgarra catorce trozos, lanza y olvida. Ponerse denso y oscuro. Contra, en frente, oposición. Viscoso y liso que da limo y linimento. La idea original era deslizarse de la memoria. En sigilo. Morir violentamente y renacer. Correspondencias: carne y cadena. Designa el secreto y el avanzado silencio del sello en muchos sentidos. Lacrar como privacidad: el sobre que sólo la destinataria sigue. Un signum significa silencio y tú. De donde procede exequias y proseguir. Apenas una carta es un síntoma. Una boca cerrada que sigue emitiendo señal, estandarte, sello, deslizamiento. El ramo espectral. Si hiervo esta palabra en un caldero (un movimiento a cámara rápida de lo que iba a suceder) rescato y recompongo: injerto la imaginación como herramienta. Como ser ni es un icono, no ser ni se complace en una fábrica de estratos, obra. La textura no obsequia círculos. La serpiente es una facilitadora. Nunca entendí que no me querías. El encuentro feérico. Porque mordido está el corazón y hasta la sensación abandona.