Hambruna


IRIS ALMENARA









BOA BEAT


Mis manos adormecidas de azafrán acunan a una boa gigante que pide entrar en el silencio crudo, en el color roto, con los ojos carcomidos de tiempo y cocaína.

Su boca abierta en la pared como un pez hambriento esconde las plumas doradas de cuervos que utilizan los dioses como mensajeros.

Me confiesa la boa botando que el sol está hecho de pezuñas blancas con la piel enjabonada de aceite y los ojos secos de contemplar el espejo negro de las pupilas.

La luna agrietada se alimenta del pálpito y grita rompiéndose que la poesía puede convertirse en una religión.

No daré el salto de fe.
No volveré a masticar el tabaco de mi padre.
No beberé la luz de las bombillas led.
No caeré por el mismo agujero que Alicia, por el mismo árbol que Eva.
No andaré sobre la piscina de enfrente.

Mancharé las sábanas con mi sangre y después con agua caliente sobre el fregadero, bendeciré el rojo brillante que nunca nace, el rojo brillante de las que decidimos no ser madres,
el rojo brillante que habita entre dos paredes.

El rojo brillante de la vida y de la muerte.






OVILLOS DE CARNE


Dos ovillos de carne se retuercen en la cama, esperando a los perros.
Perros hambrientos de lejía y migrañas. Hambrientos de vientres y viento.

A los lados de los ovillos de carne sólo silban cucharas de plástico y tangas de licra blanca.

Encima de los ovillos hay un desfile de niños gritando el himno de España porque tienen muchos mocos y necesitan limpiarlos.

Debajo de los ovillos de carne se encuentra un gemido de agua, el abrazo roto de corcho y el hueco de una muela muerta.

Dos ovillos de carne se retuercen en la cama, esperando a los perros. Esperando a los perros.