Fantasía del tres


ÁLVARO GUIJARRO









Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
SAN JUAN DE LA CRUZ



Yo nací en mitad de los días visibles.
A la juerga de la llaga
se sumó muy rápido el edén de las edades,
y sólo el tres me acompañó.
Naces roto, dos, por el tres bellísimo,
que es 1, 1 y 1:
no lo olvides nunca, decía.
Mientras tanto, cuidaba con el corazón
mis humildes acuarelas, y creí ser un animal
la última noche de las concatenaciones,
dejando atrás la jerigonza de mi pueblo.
Mis amigos cabían en una mano,
pero uno de ellos ejercía el batallar,
y supe que nunca me pasaría nada.
En el futuro dormí bajo un puente tan húmedo
que el mal me dio asco.
Fui abandonado por un libro vivo,
antes. Después,
llegué a pensar que mi madre era una cuchara
y que los zapatos ofendían a los templos.
Tres, decía, tres era el número de Dante,
y Dante conocía, y Cristo fue un accidente,
y el misterio es la única forma de saber…
Despierto como nadie, yo
era muy difícil que llorara.
A menudo pensaba en un mundo fuerte, un mundo
que, de ser así, haría de mi vida
algo eterno, algo
que evitaría todas las palabras.
(Yo adoraba las palabras, no me confundáis,
pero por encima de todo adoraba la pureza.)
Se nace, se vive, se muere. Se ignora, se ignora, se ignora.
Eres pequeño, descubres la poesía, haces
de tu vida una obra de arte, decía, tres son siempre
los recuerdos.
Escuché también la calidez de las ventanas.
Mi rostro había merodeado por el solar
el día del asesinato, pero fui en libertad
a los cerezos en flor,
y descansé con mi padre entre las neuronas de la nieve.
Ya no sé dónde están las tiendas de madera.
Cansado de viajar, pude volver a la quietud
de las camas, pero me puse triste
cuando cerraron el locutorio azul.
Tuve cuatro abuelos, pero no tuve ninguno.
Había zumos de vitamina en el porche
y lágrimas de bolsa
la mañana que robaron las telas.
Unas lechuzas me comunicaron
fusas, pero los vecinos tenían encendida la televisión.
¿Por qué hoy el delirio no se encarna?,
decía, ¿por qué no hay tesis suficiente
para una síntesis de fuerza? Hegel me enseñó a sufrir,
y ahora ya no como castañas.
Ya lo veis, creo que es más que evidente:
di mi vida por una sola idea: la visión.
Creí con todo que decir transformaría,
y la imaginación me arrastró con su guante
a la ladera del pensar, donde los objetos.
A cada rato echaba de menos mi cuerpo
crónico.
Los compases de la sala se mezclaban con el neón,
una vez detenido en el cuadrante. Bebiendo
agua a kilos,
casi todas las estrellas me conocían de algo.
Repetía con constancia pantalones negros
y mis sueños eran particiones nonas de un símbolo
que se debatía entre el talco y las grietas.
Dios es la búsqueda de Dios, decía, Dios es
tres y tal vez sea el tres, es decir, mi acompañante,
el enigma que tanto he deseado,
pero a Dios nadie le ha visto o tal vez yo,
y volví para contarlo.
En mi colegio, os lo digo ahora, la sabiduría era un examen
de conversación.
El psicólogo me tuvo manía años
y me sentí culpable al desearle un osario.
Los miércoles jugábamos al fútbol
y en verano abandonábamos, jocosos, a todos nuestros padres
en favor de las hogueras y la maravillosa jerga,
aunque la voz de mi hermano era dulce a través del teléfono.
Intuí que nunca pondrían una medalla a mi casa,
pero también decidí que era injusto: la diagonal
que formaba la tarde
hasta el parque de los perros y las puntas de óxido
era de un verde solicitado por fotógrafos.
Canta tu introducción, interrógales en el nudo,
muere pensando en ti a través del desenlace, y no
desayunes, comas ni cenes para que el hambre
nos haga a todos pensar
en el deseo, confitura fresca de limón y azar,
decía.
¡Y todo esto a pesar de la broma!
Yo grababa con tinta de calamar
cada uno de los bancos de mi urbanización, sí:
ese que imagináis no soy yo.
Cuando caían las piedras espaciales sobre el parque
sacaba de la mochila mi diábolo
y sentía lo milagroso-existencial
mientras el fino hilo de nylon
se confundía con los insectos.
Torcía mis ojos y me hacía el estrábico frente a los drogadictos,
con tal de que no me insultaran.
Conocía a todos ellos, pero esa es una larga historia.
Además, tiene que ver con mi prima,
y ahora estoy enfadado con ella…
Has sentido el frío, has sentido el calor, has sentido el mediodía
tres veces, decía, y ahora tienes derecho
a pedir algo, un regalo que jamás te toque
o haber diseñado el ajedrez, ¡inventor!,
cuando los panteones todavía eran serios.
Cada tarde, esperaba la aparición de los animales.
Urdía frases célebres frente a la verja
y recordaba el invierno en el acuario,
cuando aquel grupo de tortugas se chocó
con el espigón. Mi pueblo de poder
esperaba mi llegada en silencio fiel,
donde yo levitaría para escribir mejor.
Trabajar he trabajado, eso es verdad,
pero yo hablo de un giro muy proteico.
Teníais que haberme visto en aquel viaje,
más que nada girasoles en la raya,
torciéndolos, dos metros de plantas,
mi cresta cian y mi botella de miel
con las avispas que continuaban, conmigo, mi camino.
A esta realidad hemos venido a ver
y, además, mi memoria es un artefacto fatal.
Amor de tropo a tropo,
como un ensalmo de acero sin tumba
para los primeros mamíferos que nos miraron,
decía, girando el mundo
con la misma pasión con la que yo difiero
de mis hermanos, de mis hermanas,
unidos por algo más grave que la vía
que todo lo cierra.
Así, seguí pidiendo cigarrillos en los pasillos del hospital.
Todas las pantallas empezaron a latir
gracias al aire gélido: eran dinamita.
Un vaso de oro cayó hasta el arado:
allí había reunidos unos estudiantes.
Se trataba, en esencia, de tornadiza luz
habitante en los pulmones de un ciervo…
La espalda del edificio tenía forma
de avioneta.
Los que tenían la costumbre de odiar
venían de la bondad, pero se aburrieron,
y en la bañera nació un rastro de sangre.
Con todo, gustaba de bandas sonoras.
Iba al cine cuando alguien me detestaba con su gesto
y, por respeto, no intuía,
porque la pobreza sensitiva es un don.
Sobre el espíritu, lo sabía todo:
la conquista del cuerpo es la conquista del carácter.
Tendrás que atravesar puertas,
esperar a que el color habite este desierto,
por fin los libros sin servir de nada,
decía, para que tu fuerza sea el laberinto de la lógica
y aprecies el agua,
el agua de la fuente, de las nubes, de la boca de quien amas,
loca criatura de meses y horas
a la que enseñarás cada nombre de los árboles.
No sé cómo lo hago, pero la música viene a mí.
Ahora, por ejemplo, estoy pensando en aquel cuadro
donde los humanos merendaban,
y había hierba, había un sauce y una infancia.
¡De repente estoy haciendo volar una cometa!
Si me pusiera a recordar todas mis hazañas
nadie dudaría de mi poder,
pero prefiero bajar a por leche, este edificio es altísimo
y tengo vértigo… Nadie me tenga miedo. Tan sólo soy
la belleza indefensa nacida de la última herida
de la historia, y sólo bebo café.
¡Fijaos en mis manos, si no! ¿Qué otro error tengo?
Escribir es como entrar, ¿no?
Sólo sé que quien cuida del bosque cuidará de todos.
La crueldad es imperfecta, decía, y es más sencillo el bien que el mal,
más justa la acción que la promesa,
porque todo sonido apunta a otro sonido, que será
significado, virus de esqueletos que no lloran:
la teoría es, después de todo, la práctica más pura.
Tengo, sigo teniendo, el hilar
de los tejidos.
¡Chocolate! ¡Alfombras verdes! ¡Números abiertos!
Puedo decir lo que quiera, ¿no lo veis?
Toda ecuación es la triste rémora de una ley.
Ni siquiera las fotografías dicen la verdad.
He creado un diccionario. He creado
un estilo de sinceridad perfecta.
¿Dónde está ahora mi paraguas para crear sombra?
Y guardaremos con delicadeza este apuntar
a ningún sitio.
Me falta espacio. Ya no quepo en esta ilusión. Soy las arenas
que van a dar al mar. Los barcos me saludan.
He creado un mapa. He derretido
el penúltimo diamante.
Bella es la creación, y muy bella esta fantasía.
Has presentado la situación, has desarrollado
con justicia tu tema, se diría que has terminado de filosofar.
Ahora queda concluir: tres. Lo has dicho: tres.
Y no ha pasado nada, ¿ves?
[…]
Mi historia es una chanza que se riza por vergüenza:
los círculos de azufre danzan conmigo.
Quiero creer que mis metáforas serán comprendidas:
el cielo es un bolígrafo que cambia de mano.
Los adjetivos se alejan de la lírica:
sinceramente existe la magia.

Entonces mi bufanda se cansó de decir cosas.
La emoción era estar dentro de una bóveda
y escuchar a alguien hablar con mucho cariño.
Al fin y al cabo somos un accidente de gran precisión,
nos gustan las historias y caminar
por los puentes.
Nunca voy a desaparecer: así es cómo aprendí a amar.
Definitivamente, el final de las palabras
es el comienzo del secreto.