Extraerle la semilla al fruto

ASHLE OZULJEVIC 









22.01.2016

Buscar a Wally en un sueño cualquiera. Atravesar un par de escenarios, atravesar una docena de ellos, recorrer cien imágenes confusas llenas de rojos y blancos, de personas absurdas que comen, que bailan, que meditan, que riñen, que respiran, que fornican y que no son Wally. Franquear los límites de cada página y utilizar una nueva capacidad 3D, hasta entonces desconocida. Entonces descubrir algo. Encontrar el hilo en el cual termina el último de los sueños –que en total suman un número siempre impar- desde allí, reconstruirlos uno a uno, con la paciencia obsequiada en la ficción, uno a uno, la cantidad de veces que sean necesarias hasta hallarlo, a Wally. Ubicar su posición exacta y recomponer, como una escena del crimen, lo que hizo, lo que dijo y qué rostro utilizó al hablar. Hoy, por ejemplo, cuento 1) conversación con un desconocido – Wally hinchado con los ojos saliéndose de sus órbitas. 2) robo de libros de Cortázar – Wally delgadísimo y pelirrojo, saliendo de una de las páginas hurtadas. 3) foro abierto sobre los juegos posibles en una casa pequeña – Wally dormido, con la boca abierta acurrucando a un mosquito de patas increíblemente largas. 4) inauguración del foro: charla dentro del salón presidencial, con el ministro de defensa de la desaparecida Checoslovaquia (un campesino de rasgos orientales) – Wally es la presidenta de la Nación; con el dedo me invita a iniciar su persecución.

Wally, Waldo, Uali… buscar a Wally en un sueño cualquiera. Atravesar un par o cientos de escenarios rojos y blancos, moverse a través de la sangre no coagulada, hacer equilibrio entre sus glóbulos, entre sus células, entre sus ojos rojos y blancos, caminarle por las líneas de la ropa interior midiendo los pasos para que no se dé cuenta. Buscar a Wally y no encontrarlo, buscar a Wally Wally Wally sabiendo que su hallazgo perturbaría el más profundo y diáfano de mis sueños. Dudar poco sentido tiene. Habría que reconstruir ese lapso en sentido inverso.
Volver al fruto
y extraerle la semilla.







Debiese enseñarse desde la cuna, como un conocimiento místico-religioso, como una tradición que jamás debe ser olvidada  -so pena de castigo- de antepasado en sucesor, si los sueños han de ser contados antes o después del mediodía para romperlos en pedazos o protegerlos de la expiración. Sépanlo ahora: no hay verdad.
Sueño con un sueño que en el sueño estoy contando. Lo desarmo para ir narrando sin que ningún detalle me sea velado. Desarmo el sueño y lo adorno, fijando los pormenores para plasmarlos todos en un papel delgado que recubre el cielo. Sueño que estoy dentro de ese sueño y que escapo sólo a riesgo de perder la vida. Atravieso campos donde las espigas son rostros que me han lamido los labios. En el confín de éstos, guantes blancos y brazos largos, un río que no acaba y un idioma desconocido. En el umbral previo a la salida, yo soñando medio despierta, el modo de romper los sueños para salvarlos de su extinción. Cuando me acerco al secreto, abro los ojos y soy espiga y soy río y soy labio y soy verdad.







Octubre 3, 2013

Había soñado que iba en un taxi conducido por un chino. Pasaba entre montañas áridas y rojas. Entraron al extenso túnel que tenían frente a sí. Adentro, piedra viva, brillante y arenosa, los aislaba del cielo. Tras salir de ahí, instintivamente miró hacia el asiento trasero. Un viejo escritor cegatón, bastón en mano, miraba arrugado hacia el techo del automóvil. Le dijo algo en alemán al chofer, sin que nadie pudiese oírle la voz. Luego siguió soñando que se bajaba del auto en marcha, que sentía cómo alguien lo seguía, un alguien que, poseedor de vida, no era humano ni era animal, corría sin cansancio pero con aburrimiento. Recordaba, de esquina en esquina –ahora el sueño se desarrollaba en una ciudad-  otros sueños más placenteros. Bostezaba ante la circularidad de esta persecución, rengueaba, se retrasaba para hacerlo más emocionante.

Súbitamente, se dio cuenta de su inconsciencia.  Se detuvo en seco. Jamás moría en sueños, pues siempre despertaba en el instante indicado. Jamás era inoportuno en sus ilusiones. Jamás era feo, jamás lento, jamás malo. Se detuvo y se dio vuelta. Miró hacia eso que lo seguía, a los ojos. “Es un sueño” le dijo. “no sos más que un sueño, te sueño, no a la inversa. Te creo”. Hombres y dioses agonizaron en ese segundo. En el medio de un cielo nuevo, sin estrellas aún, alguien, algo despertó.