Envejecer

CHANTAL MAILLARD










Lo llaman enfermedad. Envejecer no es una enfermedad sino el cumplimiento de un proceso, inverso si se mira desde el inicio, ciertamente, pero no menos natural.

Lo llaman enfermedad. Reconocen, dicen, los síntomas y desde su atalaya los sanos, los cuerdos, los íntegros, se permiten analizar los datos y anotar los titubeos, las repeticiones, las incoherencias, los desvaríos.

Cuánto podrían enseñarnos esas manos, sin embargo, si atendiésemos a ellas.

Toda enfermedad es una pérdida, sin duda, pero no toda pérdida es una enfermedad. Envejecer no es una enfermedad sino un estado en el que la memoria, desgastada, está dejando sitio a otra cosa. Cuidé de mi abuela en el proceso de su desmemoria. En ningún momento me parecieron sus estados o sus palabras los de una persona enferma. Eran para mí una fuente de riqueza. Aprendí de ella. Sus pérdidas, sus visiones, sus olvidos, su olvido de sí, incluso, abrían a lugares insospechados.
 
Quien se desprende de su historia personal desaloja un espacio de inocencia. Desposeerse de(l) sí no ha de entenderse como deterioro sino como apertura y vía.
 
Dejar atrás el cuerpo y su memoria. Dejar atrás los vínculos. Des-vincularse. Tenue ya, el pulso vital, sus pulsiones, la vejez es la etapa propicia para el despojamiento.

No permitamos que nuestros anclajes, nuestros miedos o nuestra obstinación en hacer perdurable lo transitorio, obstaculicen su camino. Al contrario, aprendamos de sus silencios, sus ausencias, sus vacíos.
 
Espero asistir gozosa a mi deterioro. Sin pesar. Por fin silenciada la habladora. Des-asistida, des-asida de tan molesta compañera. Balbuciente. Balbuceante. Inocente casi.

Y que nadie me entorpezca la salida.