Enucleación, rabia


FRANCISCO JOTA-PÉREZ









Nunca olvidaremos el móvil principal del mundo, y
por doquiera vimos, sin haberlo siquiera buscado,
desde arriba abajo de la escala fatal,
el espectáculo aburrido del pecado eterno.
Charles Baudelaire



Deambulamos por una escena bucólica. El altiplano de esquirlas,
como el lecho de la Civilización.
Desde el primer contacto nos repugna.
La altitud escocida de demasiadas estrellas,
la luna llena y sus mensajeros
acechantes,
la intemperie,
lo horroroso.
Demasiadas estrellas y, por nuestra parte, demasiados ademanes.
Demasiadas bocas con algo que decir y sin comida ni medicamentos de que disponer.

No es ir sin dirección ni pararse a quedar empapado; atravesamos distinto y pasamos marcando.
Labro como ellos labran y la escena nos hiende y nos supera cada vez.
Dentro y sobre ella nos desplazamos y por dentro nos desplaza.
Filos y figuras se duelen por igual.

Extrae de mí la moneda de la locura,
la moneda de borde virulento, níquel, grasa dactilar que ha solidificado tras generaciones,
gérmenes, la misma acumulación enferma que da entidad a la escena, tablado bajo el mausoleo,
precioso, simétrico y muerto.


(y la impronta del sueño acude como un pánico que late)

A la luz de la media luna, lo que no podemos alcanzar nos convence de que ya no lo queremos como una niebla perfumada de hinojo ahoga la feria de muestras.
La disonancia entre la tripa y el seso es nosotros. No encontrados en las dobles gargantas de la noche.
La disonancia avienta los pliegues del discurso, alisa la cacería que trajimos de la vigilia alojada en los cueros
y en el hambre y en la sangre, que bien podemos beber como alternativa a buscar nuevas leyes de gravedad arrancándonos los ojos. Asilados de tal modo, debatimos sobre nuestra inocencia, se libra la despreocupada pelea por la pieza que es producto de la ausencia de juicio externo; en la nada nos dividimos, entre la tripa y el seso, entre la mentira dicha y su justificativo, entre la mucha percepción modificada para que el experimento tenga lugar despuntan las cabezas de los licántropos imaginados que aún nos apetece tener escondidos de cuello para abajo en la maleza, sangrando, gruñendo desde las tragaderas.

Instrumental insignificante —devuelve la serosidad del tuétano que me extrajiste,
aquel amasijo de contradicciones que destilaste de mí a base de confianza,
los hechos anhelados, la osamenta desplazada en el fondo de la fosa y que quepa aún otro cuerpo,
mi cuerpo, el mohín de los objetos cuando fui niño, lo mío desprendido.
Los aparejos de la batida resbalan por la falda del monte Qasioun,
la avalancha toma posición
allá donde Damasco se resquebraja en el verde
tocado de grises pavesa, la vibración tangible de la guerra es pulverizada,
has dibujado al carboncillo la carta de la siguiente operación —reintegra al niño su cuaderno
emborronado de tareas cubiertas de escombro en suspensión, lo frágil que fui
refugiado ahora en tu celoma
revestido de callosidades,
un doble cerco impuesto por las tropas regulares en el perímetro exterior y por las milicias que
controlan el interior de las barriadas cercadas.  


(y el sueño pasa durante la tregua; pausa humanitaria, la llaman)

Ahora el trance del reino carmesí en Jobar rutila en las fotografías de las pilas de periódicos sobre los que aposentamos los traseros untados de heces.
Pero la escena es real, perdura.
La reglas vestigiales de la persistencia de la memoria impulsan la crónica de lo que sea que hayamos venido 
a hacer, declaramos pomposos que tenemos que evitar la masacre porque seremos juzgados por la Historia, y sin embargo la página pasa como una parodia que viene de fuera y atañe a ningún yo. La página pasa a publicidad con la luna nueva —rescátame del derrumbe tras el bombardeo,
sácame de los cascotes al yermo y lávame, posa luego una mano en mi hombro
y dime: algún día, pronto, desearás haber perecido allí abajo.

Cáscara melódica del corredor del olvido, la doctrina Grozni nos separa las ancas y escinde la rima
del torso con sus membranas basales,

en los sacos gemelos para cadáveres,
el sello de las Naciones Unidas deja a la vista el cráneo destrozado,
en la escena,
no llevamos escolta y los cascos blancos brillan por su ausencia,
llueven barriles del pólvora,
695 civiles destrozados en Guta oriental y contando,
rigor de vida y juicio a muerte marcado por el exceso,
aquello que enlaza terror y libertad es una noción extática de la temporalidad y de la política,
el encuentro con el límite y la solución a la servidumbre.

Acordamos abolir la falta de movimiento de nuestras voces. La masa asfixiada
rinde bien cuando el silencioso contrincante regresa,
la luna llena regresa,
amiga de la estepa de astilla de hueso, dame el mando de mí,
el que deja pasar al sueño cuando debería pronunciarlo, el que deja entrar a la rabia.
De haber tenido una posición, la mantendríamos.

(y el sueño emerge en el quicio combado de los brazos del Estado)

No es ir sin dirección ni pararse a quedar empapado; atravesamos distinto y pasamos marcando.
Labro como ellos labran y la escena nos hiende y nos supera cada vez.
Dentro y sobre ella nos desplazamos y por dentro nos desplaza.
Filos y figuras se duelen por igual.
El principio y la condición especulan quiénes somos en la otra margen del espectáculo,  soñando fuegos
graneados que sieguen Siria a la medida de nuestros lechos, allá delante, poco más o menos que aquí mismo, ya casi hemos llegado.