El huso


SILVIA TERRÓN

 








Un huso enorme, errado,
es el centro de este mundo,
está quieto y aun así se evapora
en un halo, tan despacio
que cerrar los ojos deja de ser provocación
para convertirse en conciencia.

Plantado en el espacio
lo elástico acontece
para que haya forma
sin rasgarse.
Nadie sabe porque nadie
estuvo ahí para calcular
y sin cálculos no hay
equidistancia.

El indulto del paso a nivel
sube como la marea, en susurro viciado:
quédate de este lado, despójate de la curiosidad.
Sólo sirvió una vez, cuando los peces
se mudaron tierra adentro
para empezar a inventarnos.

Nada más fue creado.

Con la misma materia
hubo que componer todo:
el cajón de cocina, el pulmón artificial,
las vacaciones y el pretérito perfecto.

Tus humores son la secuela
de alguna enfermedad lejana
que sufrieron tus ancestros.
La forma duele cuando llueve;
algo en ella aún recuerda
un perfil anterior dado de sí,
el espacio entre las moléculas
apenas descifrado, como un trastero
en el que no sabemos qué guardar.

Nos crece una sombra de más en la barbilla,
la proyección de otro asomándose
a esta ventana tapiada.

Era hermoso despertar
antes de convertirnos en agua.
Con cada generación fue cambiando
un rasgo: los pies menos sólidos,
la visión lateral, el bazo grande.

No sabemos si estamos volviendo,
porque no fuimos nosotros quienes recorrimos
el camino de ida
y no hay más señales
que el anzuelo que le ha crecido
al hilo que nos unía.

El huso no cambia de sitio.
Visto desde aquí, sumergido a medias,
parece estar partido en dos.
¿Seguirá siendo el centro?
Si algo se movió por el extremo
ya no hay balance y nos estamos
resbalando.

Somos la larva
de lo que nadie ha conseguido imaginar,
cincelándonos por eliminación.
No nos vale ninguna de las alas que han existido,
ni los vasos capilares o las escamas.
Tenemos que inventarnos
sin ideas.

Hasta que no seamos nuevos,
no seremos.