El fin

ANTONIO F. RODRÍGUEZ










Escuchaba termitas en su interior. Pero no lo salvaron sus oquedades.


Su presencia se insinuó como una insubordinación de la materia antigua, aquella que da espesor a los fenómenos de la conciencia; un amnios de estrellas, telúrico, breve.


El principio era memoria o era arché. Pero como en la sucesión de cuerpos clónicos era imposible detectar un origen, no cabía atribuir un peso al dolor que, sin embargo, se extendía por varios continuos.


La larva de la termita psíquica anida en un sarcófago musical. Desde un ángulo de sonido, el parásito alcanza a su huésped. No es necesaria melodía: se sabe de insectos hipermentales que han colonizado a su víctima desde piezas de música contemporánea, estocástica, impredecible, desliteralizante en su quietismo perturbador.


Se han encontrado sarcófagos de larvas en piezas tan alejadas entre sí como Paparazzi, del grupo de K-Pop Girls’ Generation; Temptation, de Tom Waits; Variaciones para piano op. 27, de Anton Webern. Se sabe que los cuencos tibetanos impiden el anidamiento. Los coros de voces, las variaciones intermedias, las fugas y contrafuertes musicales lo potencian.



Al colonizar la mente, extiende sus tentáculos con delicadeza: uno hacia el hígado, otro hacia el rencor. Luego empieza a comer.


Al principio la agnosia es eufórica, porque viene acompañada de visiones que algunos interpretan desde un marco místico y otros como mensajes encriptados de la hipermente que extiende sus seudópodos entre universos. Más tarde se instala el vacío, el agotamiento sensorial, el cuerpo como archipiélago, derrame, espasmo.


De ese vacío agnósico emergen heterónimos. La persona es otra, gesto uroboros, catarata la voz, sus allegados no reconocen el rostro exánime con el que cada día enfrenta el mundo.



La superposición de realidades transfigura cada segundo en un ónfalos vibrante, anterior a lo humano. La causalidad no es aplicable: las cascadas levitan y la sangre remonta hasta la herida.



Psicotropismos, o cómo la mente roza el mundo: sus suaves materias, sus ángulos sin quicio.



Mientras tanto, arden las realidades consumidas por la voracidad ontológica del Afuera.



Enero: redes epidémicas teriomorfas. Febrero: endorcismos. Marzo: perros de Tíndalos.



No lo salvaron sus oquedades. Era la horadación, una imantación abstracta.



Cuando el tsunami psíquico arrasó la ciudad, se encontraba en una plaza céntrica.



Era puro: merecía ingresar en el alud.