Corredor uvular 6:50


MÓNICA CALDEIRO









que despertaba la madre convocada encorvada por un estrépito, que era así, cualquier cada mañana. que no era de reloj sino por un empuje voluntario, que el énfasis que ponía en su obstinación era una distracción sobre el hecho en sí mismo que es que se levantaba encorvada, que le crecía una joroba de flores y que los pétalos casi se le veían por detrás, si era vista de frente.


lo habría dado todo por ella misma, todo lo habría escindido por anular la temporalidad del vientre, el modo subrepticio en que reptiliana se sienta sobre sus propias rodillas, se mira a los ojos con una delicadeza furiosa, se empuja porque así lo quiere, se rasga se araña se soga, sógase el gaznate, sógase en apnea, es breve el instante en que la inspiración queda sostenida con el vientre inflado, parda la línea que une el ombligo y la línea del pubis, allí donde se alojó el comienzo de esta oblación


que despertaba la niña, que despertaba la adolescente que blandía hacia la cúpula estelar  un cono cóncavo, imitando torpemente el Templo Mahabodhi. que despertaba con la comisura de una mueca traviesa, que llevaba consigo una fecha límite que sucedía cualquier cada mañana. cuando la madre se levantaba convocada encorvada, ella apuntaba con el cono hacia el cielo de su deseo.


lo habría dado todo por ese hecho, por adelantarse al tiempo donde sucede el hecho anterior a la escritura, ese momento intransigente que desvela el origen de un poema que se autoempuja cigoto embrionario, que se abre paso con las manos hechas zarza hacia el fondo de un útero *** ese útero donde sucede la atemporalidad de la escritura, también de sí misma, también en la entrega que deja la huella asesina de un riel de víctimas en una masa de carne, sólo con el contorno de algunos miembros ligeramente visibles, imaginarios todos ellos, exorcizando holocaustos de palabras, tan táctiles, tan reales


que despertaba la madre, encorvada de sí, deshaciéndose de unas galas transparentes de noche

que la niña, la adolescente, deslizaba por el interior de su paladar una bola dura y perlada

que jugando con el movimiento de la lengua, la niña, la adolescente, sabía que podría estar a punto de ahogarse

que la niña tose fuerte la arritmia de la madre

que tose la madre el cielo de la niña, de la adolescente



que todo nace de su deseo, de un silbido contracturado.