Cinabria de los Tentáculos


LOLA NIETO









Los motivos son cuatro.

Primero. Que dando a luz su madre en el undécimo mes de gestación, cuando el vientre es una monstruosidad circundado por venas gruesas y tesadas, aparece de piernas y no de cráneo. Por decir piernas. Aparece un cuajarón traslúcido. Una aguamala en dos troncos tubulares y un color ambarino barro, apestoso. La comadrona estira de estas extremidades pero resbalan. Es una batalla dura y penosa. La madre apretando sólo consigue deponer heces. Una semana en la que arracima dientes y gime de partirse de mitad pero nada. Tiene dos tendones balanceándose de su vagina dilatada como un globo, de su panza descomunal que requiere ser sostenida por varias manos y en eso las vecinas del manglar trasladan sus esterillas a la chabola de Hornblenda, la que pare muy tarde a Cinabria, que no es bebé sino un medio tronco de piel tan clara, tantísimo, que dicen cartílago a su viscoso devenir. El primer milagro es que no la maten en este instante.

Segundo. Empieza a no tener torso muy pronto. Apenas con cinco meses de edad, mientras duerme en la hamaca de andullos tejida por Hornblenda, cubierta por el chalequito de raso, las vecinas observan movimientos bajo su piel. La voz de alarma hace que toda la puebla mire extáticamente a Cinabria, donde ven una plasta bifurcada en dos pielecillas cortas, testa rugosa, prensada y calva. Duerme de plácida respiración y mueve lentas, casi deshaciéndose, las piernas de gelatina. Emite un sonido parecido al ratón baby que sueña. Todas en la aldea, todas, atestiguan el tránsito. El corazón se descuaja del pecho y sube hasta alojarse a la cabeza. Los riñones siguen después, y el páncreas y el hígado. Entonces el torso se contrae hasta desaparecer. Obligan a Hornblenda a amamantar a Cinabria. Allí ven que la leche asciende directa al cerebro, inundando los meandros y volutas, alba es luego la caja de ébano. Cinabria emite un eructo y se adormece otra vez, con una burbuja blanca posada en el labio. El cráneo se abomba siguiendo el ritmo pulmonar. En ese momento Haüyna, hija de la gobernadora del manglar y de la serpiente de las linfas de salina, se abalanza sobre la hamaca de andullos en la chabola de Hornblenda y con el hacha de rebanar cocos rebana una pierna harinosa de Cinabria. El cielo enmudece. Las vecinas ahogan su miedo en el mordisco al mimbre de sus canastos de pescar. Hornblenda aúlla. Cinabria no hace nada. El rizo de mocos que es su pierna queda espachurrado en el suelo del zaguán y, sin mucho transcurrir, se escucha una ventosidad procedente del muñón, que expulsa un flujo negro, dicen tinta, y lánguidamente crecen dos piernas de ternilla, dos mucílagos de goma en el lugar donde había uno antes. Acaban en punta. La vivencia es tan espléndida que a Crisocola, madre primeriza y recién ahuecada de brazos para acunar, se le patina del codo su niña Covellina que cae con determinada sacudida al suelo. Va a ser un desastre. Sin embargo, y por azar o no, su frágil coronilla va a parar a la masa negra arrojada por Cinabria de su mutilación y haciendo de colchón líquido amortigua, resbala, Covellina se detiene pocos metros más allá, intocada. Desde ese día, siempre luce la piel de la cabeza teñida de negro, en señal de prodigio. Es el segundo milagro.

Tercero. Todo lo que come tiene su correspondencia en el cielo y en el mar. Si come una almendra, una estrella fugaz atraviesa el cielo. Si come una almendra, una ostra marina desprende una perla. Así la llaman Cinabria de la tercera milagración.

Cuarto. El cuerpo florido de la guerrera agreste se rinde y llora ante ella. Mañana cumple tres años y está a punto de morir. Todas acuden a la chabola de Hornblenda y esperan alrededor de la hamaca de andullos. Acariciar las ampollas de miel rojiza y púrpura del cuerpo granuloso, boñiga alargada de ocho cañas blandas y una bolsa con el ojo a cada lado, el párpado amarillo, trae suerte. Lamen su figura contorsionada que es tentación y ritual. Abundancia. Desde hace tiempo las vecinas se sientan alrededor de la hamaca y hacen turno por tocar a Cinabria, bicha de flema, su hija única del manglar. Hornblenda, ¿quién fue la otra madre? Y dice mar. Y dice cielo. Hornblenda no es de mucha explicación ni lucidez. Quedarán sin hija y sin capacidad de repetirla. Toman, con la navaja, un pequeño tirabuzón de pierna, que crece de nuevo con la expulsión de la sangre negra. Beben sangre y cuelgan de collares las reliquias vivas del cuerpo de Cinabria, contorneado, agasajado, estático. Pasando varias horas, algunas vecinas, las del cirio untoso de su extremidad colgada, ven clarear, transparentar viscoso, su propio pie. Cinabria se multiplica en ellas y una epidemia está viniendo. Hoy, el cuarto milagro reina en el manglar, la tierra, el mar y el cielo de Santa Cinabria de los Tentáculos.