Tres poemas de La nada que parpadea

YAIZA MARTÍNEZ

 

 

Tomillo

 

 

Recuerda la desaprensiva la micromeria

de los guisos cuando

por fin roza con los dedos

las blancas hojas ovales

 

Y pregunta, como si él no anduviera rondando aquel camino,

 

por la geometría de un olor antiguo;

del amor 

 

en los alimentos estratificado

 

*

 

Sonríe de memoria mientras se acerca

el mentiroso

 

La luna sangra

en los albergues y cavernas de su ciego

frontal

 

 

*

 

Y los capullos se arraciman

como flechas de un verde carcaj

antes de ser abiertos

para el incienso de los funerales

 

 

Ni los cinco dedos de la razón provocan

 

la prisa de su aliento

 

 

Si la disnea, la incauta acaso piensa,

de siempre micromeria ha

consolado

Era tierna y dulce

Era tierna y dulce
a tierna y dulce

Era tierna y dulce





Era tierna y dulce

de leche el semillero

de azogue en la

garganta

 

No lo escogió, crecía

del laberinto la lengua

 

Imán para saeta, brújula

del aranero mercurio

 

Lo embrutecía

la yegua de la flor

Lo hacía levantar

carrera, palpar el carcaj

con el envés

 

Flecha y hocico. Ella 

nada 

 

 

V

 

 

Era de noche en el puerto cuando la amarilla luz de los barcos se despedía.

Un nido,

la humedad del aire.

 

Estaba el mar negro

bajo el muro que las bitas

bordeaban.

 

Con sus cuellos fundidas,

las maromas.

 

Las naves como luciérnagas 

de oxígeno y metal

 

Susurró el todopoderoso,

al temblor de sus dientes de leche

 

La sima jamás es infinita