Tomas falsas


LAIA LÓPEZ MANRIQUE



Puedo olerte a muchos metros de distancia, dice. Puedo olerlo todo en ti. No huelo nada nunca, pero a ti puedo olerte. Te incorporo. He estado llorando. Alguien dice estas cosas idiotas y simples, engorrosas como nudos. Puedo olerte. No huelo a nadie. Pero a ti. Sin embargo. Pegajoso el suero, sus ramificaciones, en contacto con la cavidad nasal. Podría identificarlo desde lejos. Es tautológico, una frecuencia, una maraña, un rastro obsolescente y duradero: el que quedó. Lo reconocería en cualquier parte. En silencio junto a los muebles enredados, ella puede olerte, lo dice como si lo oyeras, como si a ti te importara. Pero quién está solo. Para quién. Se está solo para sí, oscuridad, éxtima, una pluma sale de debajo del cojín y va a parar justamente encima de su nariz. Pezuña premurosa, tú estuviste aquí, en esta cama grande en esta habitación desplazada, tantos tiempos y era eso, oler, oler, rozar con tibieza un fémur, era eso, un fémur con olor a hueso, incandescencia, ella amorrada al fémur, la nariz matriceando, moviéndose. Ella grita, puedo olerte, he estado llorando, he estado llorando, haciendo chocar la nariz contra el hueso que despunta, el suyo propio, posición fetal para la que ama y se extingue: cómo pudo aprender a querer tan mal, dónde en lo que se refiere al desierto. Se sabe que alguien es para nada, para nadie, cuando revuelta y volteada se autoinhala, todo el peso y levedad y volumen propios en los cuadrantes de la nariz, la aleta colgante como un lóbulo, puedo puede dice y no actúa, no avanza, son poros y reticular como el llanto y la fragancia se pierde, se pierde el sujeto, el soporte, solo queda el olor de la palabra olor como una seña de algo que fue y se murió. Puedo, voy a hacerlo, insiste, desmigada, apaisante,  fundirse en ese olor o ese conato de lo que fue el olor o esa reminiscencia, turbiedad, residuo. En lo que fue una vez feliz y retentivo, su diferencia, su margen: vaho de estofado, de un mochuelo muy pequeño, de una fosa que podría también olerla, de apoplejía de la carne sulfatada. Toma aire una vez más y vuelve a decirlo, como si a partir de esas palabras lo muerto reapareciera, lo vacante restaurara su arandela, y ella dentro del vacío anillado pudiera volver a habitar, puedo, posible,  pisada, plisar, vapores y polvo, tu sangre, una pata de gallo vivo, la mañana como un fármaco obstinado y náusea, temple, persistencia.