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lMACKY CHUCA l Aquello cuyo nombre empieza No quiero estar aquí. No quiero escribir ni leer sobre esto. Hay cosas pequeñas que se retuercen y me ciegan. Viven en los duraznos, en la nuez partida. Viven en mi jardín. Mi jardín ahora está muerto. Vive en un pozo en la tierra tapado con una piedra redonda. Los ojos de Amapola quedaron a ras de tierra. Tuve que taparlos con más tierra. Son del color del jardín. Las lombrices, la lluvia y los días transforman el residuo de los días tristes en tierra suelta y fragante. Nadie sabe en qué se transforman los días felices. Dentro de los días y de los pozos se ocultan aquellas cuyo nombre empieza. No las nombro y sin embargo son. Luego devendrán escarabajos. Son blancas, firmes, curvadas, del tamaño de una camarón. Suben de la tierra a la palma del guante y la mano se crispa ante su peso. Grito al arrojarlas lejos para que sigan su ciclo en otro lugar, lejos de mi pozo. Grito cada vez. ¿Se pueden hacer las paces con una ceguera o un pozo? Se puede cerrar los ojos, gritar, arrojarla lejos, volver al grito al volver al recuerdo. No quiero escribir sobre esto. No quiero estar aquí. Las palabras que más repito resuenan en la paredes del pozo. “Llevo queriendo largarme desde que llegué”. Alguien debería apiadarse de mí ahora. Alguien que canalizara a la Diosa y a la Madre y me recogiera en la palma del guante crispada de compasión y me arrojara lejos, para que pueda seguir mi ciclo en otro lugar lejos de los residuos de estos días fermentados. Lo que vendrá será oscuro pero hinchado de perfumes. No puedo nombrarlo porque mi lugar ahora es el pozo , esperando al golpe de luz y el descubrimiento y el grito de alerta que me permita hacer las paces con el ciclo. Lista de cosas cuyos nombres empiezan luciérnaga lacerar lapislázuli lomo lento letrina laca liso lamer lumínico lento latón limbo lima lavar lento No quiero escribir sobre el grito porque empieza y termina. Quiero escribir sobre las olas que nunca terminan y que cuando se rompen ya están levantándose. No quiero escribir sobre las cosas que pasan en el agua. No quiero escribir sobre las cosas de la tierra. Quiero escribir sobre las cosas que ocurren en el borde. Quiero escribir sobre lo que se amontona en el doblez. Quiero escribir sobre las que nos quedamos demasiado tiempo en la bisagra. Somos criaturas de la orilla. Nos rompemos aquí, pero ya estamos levantándonos un poco más allá. No quiero escribir sobre romperme. Si tuviera los modos y maneras de una princesa pequeña, ahora escribiría que no quiero romperme nunca más. Pero mis modos son los del imperio. Contando las cosas con los modos del imperio, Cuando soy emperatriz me dejo tocar. Me horroriza el marfil, por eso mis teclas son de porcelana de la china. En verano, cuando las estrellas tardan tanto que el cielo aún está verde salvia sobre las copas negras de los árboles a las once de la noche, yo, la emperatriz, abro los postigos y las contraventanas y dejo pasar a los invitados. Languidezco ante ellos y les conmino a que me toquen. Fuerte. No todos saben tocar una melodía que me agrade, pero me dejo tocar igual. Tocan mis teclas con fuerza, mis teclas de porcelana que hablan de la lluvia sobre las avenidas plateadas, del rombo romo del centro de palacio, de lamer áspero con el té negro aún en la lengua, de las muchas lunas cosidas a la piel en el pliegue debajo de los senos. Yo, emperatriz, recorro la costura de mi propia bisagra y pido más música, más fuerte. El marfil se usa en los pianos por un motivo. Yo, emperatriz, me rompo cada vez que me tocan. Mis modos, rombos, romos, son los del imperio. Alguien recogerá el trizado con un cepillo de pelo largo y una lámina de plata. -¿Qué se hace con los trozos de la emperatriz? pregunta un sirviente. Los invitados se habrán ido ya. Alguien acude a buscar los restos de la noche y de la música. El verano se deshace en grillos tras la ventanas abiertas. -Esto se deja aquí, en el rincón. Yo, emperatriz, quedaré amontonada en una esquina umbría. Alguien me pondrá luego en el doblez de una hoja de papel de arroz, como quien prepara un filtro de amor. Plegará el papel con cuidado, lo pondrá bajo un peso de cristal verde. Yo, emperatriz, me quedaré entre mis papeles, en el rincón hasta que callen los grillos. En algún momento estaré lista y volverá a sentarse en el bode de su otomana y los leopardos se echarán a sus pies. Papoi con la cabeza sobre mis chinelas. Amapola más lejos en la alfombra muerta color jardín. Luego anhelaré música otra vez, daré una palmada, invitaré a alguien que me rompa. Lo interesante es lo que ocurre entre la lámina de plata y el papel doblado. Cuando yo todavía no sé si soy yo o la emperatriz, y cuando esa no entidad adopta la instancia curvada de aquello cuyo nombre empieza y se oye a lo lejos el murmullo de la fuente llenándose. Pero el fotograma que define cuándo la línea se vuelve ciclo nos es vedado, y nunca estaremos seguros de cuándo ocurre. Palabras que empiezan con L Let me down. Go ahead. Let me down. Pretend that you care. Pretend that you ask because you care. Then step over my lines and let me down. Aquello que empieza con L Límite Prefiero la palabra yema. Prefiero encumbrarme encurdarme encularme y brotar. El nacimiento vegetal es amable y digno. Brota. Florece. Aquello cuyo nombre empieza Nunca antes lo había pensado: ¿toda la seda está hecha por estas criaturas que se retuercen? Quiero llorar y en cambio grito. Quiero hablar de yemas, de inflorescencias de tejido transparente, como los axolotl. Quiero hablar de intimidad, de pieles que se vuelven translúcidas allí donde paso mi mano tejida. Mis manos saben hacer muchas cosas pero fueron hechas para sostener la caricia. Calla. Encuéntrame. Ahonda en mí. Lento. ¿Quién hubo de buscar en mí? Nadie tan lento como tú. Hubo infieles hendiéndome con la premura del hambre y de la guerra. Tu entendías de la sed y de la lentitud. Tú no me pediste al oído que te ayudara a olvidar a otras. Tú venías olvidado de casa. Un invitado intentó llenar una habitación de mi cuerpo con papeles quemados y quebradizos. Luego de un tiempo, lo único que quedó en palacio fueron los dedos tiznados. Nunca le importó en qué punto del viaje estaba yo, emperatriz. Yo necesitaba mis propios dedos tiznados. Volví lentamente. Volví. Lenta. ¿Cómo se pronuncia el fuego en las yemas? Hay un polvo de musgo y sombra en mi garganta que no entiende. Hoy no tengo y no puedo darte. Ven mañana que abriré mi carne y habrá jugo. ¿Cuál es el tono de la canción de las cúpulas? En el peldaño más alto, junto a la galería de los susurros, morí de vértigo pero te busqué para que me cerraras la boca y la náusea. Tú ya volabas. Prendida en la piel tengo todas las marcas que me dejó mi gato más antiguo. Es una red de cicatrices finas y blancas allí donde la piel apenas cubre el hueso. Cuando mordías te gustaba buscar la coyuntura, tus dientes se balanceaban en un vaivén de cartílago. Ansío la punta y el beso. Hay en mi propio deseo un filo que abriría todas las cartas de este mundo. Mi deseo es agudo y crónico. Mi imagen, proyectada en la pared líquida, mi imagen líquido mi imagen vapor ascendiendo en la nota. Me abro y percibo la flecha. No me atraviesa: parte de mí En el instante inmediatamente anterior a ser luz líquido vapor, yo le saco punta a mi punta. Y lanzo. Soy al tiempo pedernal y herida. Llego siempre herida al centro del agua y de la luz. Luego lluevo. El agua es buena para las raíces. De todo esto brotarán la piedra y la caricia. Del túnel de la boca vendrá la canción a encontrarme. Quisiera tener fuerza que impulsara mi voz y mi afecto. Quisiera tener fuerza para que no fueran mis ancestras las que sostuvieran esta pluma. En cambio sostengo el vacío. Sosteniendo el vacío aparece la vasija. En el fondo fermentará aquello cuyo nombre empieza, cuando esté listo.
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