Concurso LAIA LÓPEZ MANRIQUE Tres eran tres mis bienes de
antaño. se sienta. diez segundos
después comienza el discurso. nadie la interrumpe. lo que
esperan es que
siga. debe permanecer, deshilando, para terminar, horizontal y desnuda,
en un saco de esparto donde una señora de trenzas va
a acunarla. ese es el premio por dar testimonio. teme que
llegue ese momento, ¿lo teme? ¡la audiencia espera
que llegue! va a remolque de lo esperado. habla, habla, habla, dilo todo.
esos ecos premurosos son de los otros. no le pertenecen.
¿quién es ella? has
venido aquí a hablar de tus fracasos. los de todos los
demás. los rostros en
la penumbra la observan con un rictus de satisfacción
anticipada. ella escala hacia atrás, desgrana lo que
sabe, lo que no sabe. viven
tres en la cabaña dormida, el lobo sopla la casa,
y queda la intemperie como un refugio. entonces eran
tres excepto el lobo, que era múltiple y disponía de la
cabaña como una residencia de invierno. puede que mi familia fuera
isósceles pero había un cuarto personaje. quien
queda afuera es quien dicta lo que va a ocurrir dentro. siempre
ha sido así. el fuera de cuadro determina. tres, tres y el lobo. no se le da
bien ser mártir. siempre quiso ser verdugo. el lobo era un
cánido, pero ella: una anaconda. atrás, atrás, una
fluctuación, un espasmo, ¿cómo se sobrevive al
mal ajeno? ahora está diciendo la
verdad, tantos años sepultada.
por todo el amor del mundo. le
tocó subsistir y también disfrazarse. hasta
hoy. tan vulnerable en el centro de la pantalla. nunca tuve miedo pero sí mucho
odio. el interior de la casa era un atrezzo: tres camitas,
tres cazos para el agua , tres sedantes para la noche. empecé a hacer cosas raras como
desear morirme y desear matar. eso era la récamara.
un desolladero muy pacífico. hasta que un día ella,
con la fuerza de un
animal gigantesco y taimado, envolvió el cuello del lobo con un
vendaje prieto hasta el ahogo. pero tuvo piedad y le dejó
vivir. un gesto de poder y de misericordia. de ese modo se produjo
el alejamiento. sin que nadie más lo percibiera.
volvieron a ser tres, dos ignorantes y ella, unidos hasta la
náusea. acaba el tiempo. hay un aplauso al fondo de la sala.
ella sonríe con una lágrima en el ojo izquierdo, pegajosa
y oscura como la brea. la desnudan. la mujer de trenzas le acaricia el
pelo. el esparto duele. la mujer la mece despacio. poco a poco
entra en el sueño. su respiración se espesa. ya no
parpadea. la conexión se va perdiendo. ni el pañuelo sabe
a quién dice adiós. |